La Biblia relata un aspecto crucial en la creación del ser humano que requiere una atención especial.
En Génesis 2:21-23 se nos dice: "Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada".
Este pasaje no es casual ni accidental; Dios no creó a la mujer directamente del polvo ni le insufló vida por separado.Eva fue creada a partir de Adán ya vivificado, una carne que ya era "nefesh hayah" (ser viviente).
Por lo tanto, la mujer no es otra creación independiente del hombre, sino una división o extensión de la misma "sola carne" creada inicialmente por Dios a su propia imagen y vivificada por su soplo.
La simbología del pasaje es profunda y clara.
Dios tomó de la carne y sangre de Adán, elementos que representan la vida misma (Levítico 17:11 afirma que "la vida de la carne en la sangre está").
Eva fue creada a partir de esta carne viva y no de una carne inerte.
La Escritura culmina esta narración con una declaración significativa: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:24).
La unión matrimonial restaura simbólicamente la unidad original que existió en Adán antes de la creación de Eva.
Otro aspecto crucial de esta narrativa es que Dios delegó en el hombre la tarea de poblar la tierra, en lugar de crear directamente a todos los humanos él mismo.
Génesis 1:28 lo expresa claramente: "Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra".
Esta bendición no es un mandato para producir cuerpos vacíos a los cuales posteriormente Dios les insufla vida; más bien, Dios ordena que seres vivientes reproduzcan otros seres vivientes.
Esto implica que el soplo de vida recibido por Adán pasa generacionalmente a través de la reproducción humana, y los hijos nacen vivos directamente de sus padres, al igual que Eva fue creada viva directamente de Adán.
Por consiguiente, hay un solo soplo inicial que vivifica la carne humana, y a partir de allí, la vida se transmite generacionalmente.
Esto explica por qué los hijos nacidos del hombre no son hijos directos de Dios (en el sentido de creación directa como Adán), sino hijos de sus padres terrenales.
Es por esto que Juan 1:13 señala que existen nacimientos por voluntad de varón, voluntad de carne y sangre, o nacimientos accidentales, pero también indica claramente que hay otro tipo de nacimiento: "los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios".
Este concepto bíblico de la reproducción humana tiene importantes implicaciones teológicas.
Destaca la necesidad de adopción espiritual por medio de Cristo, pues los hombres nacidos naturalmente no son hijos directos de Dios, sino que requieren ser engendrados espiritualmente (Romanos 8:15).
Adán fue hijo directo de Dios (Lucas 3:38), pero sus descendientes necesitan ser adoptados para obtener esa relación.
En resumen, la mujer fue creada como una división directa de la carne viviente de Adán, estableciendo un patrón claro sobre cómo la vida humana se multiplica y perpetúa.
Dios, en lugar de intervenir en cada acto reproductivo, delegó la generación de nuevos seres vivientes a la carne humana.
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