Acto III: Jesucristo – el amor de Dios personificado y el juicio cargado en Él
El clímax de la narración bíblica llega con Jesucristo. Según el plan trinitario, el Hijo de Dios se encarna,
“porque de tal manera amó Dios al mundo”biblegateway.com que envió a Su Hijo unigénito. Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre, vivió entre nosotros
lleno de gracia y verdad (Juan 1:14). En su ministerio, vemos cómo trataba a las personas con una misericordia escandalosa para los religiosos de su época. No ignoraba el pecado (decía “no peques más”), pero ofrecía
perdón antes que condena al corazón contrito. Recordemos la escena de la mujer adúltera: los fariseos querían apedrearla según la ley; Jesús confrontó sus conciencias (“el que esté sin pecado, tire la primera piedra”) y todos se fueron. Luego le dijo a la mujer:
“Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:11). En la parábola del hijo pródigo (Lucas 15), Jesús retrata a Dios como un
padre misericordioso que corre a abrazar al hijo arrepentido.
“Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia; corrió, se echó sobre su cuello y le besó”biblegateway.com – ¡qué imagen tan potente del amor paternal de Dios recibiendo a un hijo que vuelve con el peso de su culpa! Jesús también describió la alegría divina por cada pecador que se arrepiente (Lucas 15:7). Es decir, enfatizó que el objetivo de Dios no es condenar, sino salvar.
“Porque Dios no envió a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:17). La
gracia que Jesús trajo liberó a muchos de la pesada carga de la culpabilidad religiosa. Él invitaba:
“Vengan a mí todos los que están trabajados y cargados, que yo los haré descansar” (Mateo 11:28), aludiendo en parte a la carga de los escrúpulos y exigencias farisaicas. Sin embargo, la manifestación máxima tanto de la
justicia como del
amor de Dios ocurrió en la cruz del Calvario. En ese madero, Jesús –el único inocente sin culpa– tomó sobre sí la culpa de todos nosotros. Como profetizó Isaías:
“Ciertamente Él cargó con nuestras enfermedades, y llevó nuestras culpas… Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre Él” (Isaías 53:4-5). Allí, en la cruz, el juicio santo de Dios contra el pecado fue ejecutado, pero
no sobre los culpables (nosotros), sino sobre el Sustituto. Es el misterio profundo de la expiación:
la culpa y la ira justa que merecíamos cayeron sobre Jesús, para que la misericordia y el amor de Dios nos alcanzaran a nosotros.
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). En ese acto supremo, el amor y la justicia se besaron (como poéticamente dice el Salmo 85:10). La muerte de Jesús satisface las demandas del juicio divino –por eso, al expirar, Él clamó:
“Consumado es” (Juan 19:30), que significa “pagado por completo”– y a la vez grita para siempre cuánto nos ama Dios. El
velo del templo se rasgó en dos, simbolizando que el camino a la comunión con Dios quedó abierto; ya no más separación por la culpa. Y para validar todo esto, Jesús
resucitó al tercer día. Su resurrección confirma que el poder del pecado y la muerte fue vencido y nos garantiza una vida nueva. Tras resucitar, sus primeras palabras a sus discípulos llenos de miedo no fueron reproches (“¿por qué me abandonaron?”) sino
“Paz a vosotros”. ¡Paz! El saludo de reconciliación. Verdaderamente, como escribe Pablo:
“habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Esa paz indica que la
culpa ha sido quitada y reemplazada por gracia. Ningún pasaje resume mejor el nuevo estado del creyente que Romanos 8:1:
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”biblegateway.com.
Luego de la ascensión de Jesús, viene el Espíritu Santo en Pentecostés, dando a luz la Iglesia. Los apóstoles predican la
“buena noticia” (evangelio) del perdón en Cristo, llamando a todos al arrepentimiento –no para vivir en culpa, sino para recibir
borrón y cuenta nueva. Los escritos del Nuevo Testamento recalcan una y otra vez la posición de los creyentes como hijos amados, libres de la esclavitud del temor.
“No habéis recibido un espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15)
bibliaparalela.com. Esta poderosa afirmación muestra que Dios no nos quiere como esclavos temblorosos, sino como hijos que le dicen
“Papá” con confianza. San Juan escribe:
“Miren cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Y añade algo crucial:
“En esto se perfecciona el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio… En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor conlleva castigo”bibliaparalela.com. Esto significa que Dios desea que vivamos de tal manera empapados de Su amor que ya no estemos angustiados pensando en el juicio final, sino confiados en Su gracia.
La culpa ha dejado de ser el factor dominante; ahora es el Espíritu Santo quien domina, y Él produce en nosotros amor, gozo, paz. Por supuesto, el Nuevo Testamento equilibra este gozo con exhortaciones a la santidad:
“¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? En ninguna manera” (Romanos 6:15). Pero la motivación ha cambiado:
“El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14), es decir, es su amor el que nos impulsa a vivir para Él. Cuando un creyente peca, ya no permanece en culpa indefinida; es llamado a confesión y restauración inmediata:
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos” (1 Juan 1:9). Hay un proceso continuo de arrepentimiento y gracia, sin caer en el ciclo vicioso de la condenación. De hecho, se nos asegura que Jesús mismo intercede por nosotros cuando fallamos (1 Juan 2:1). La identidad fundamental del cristiano ya no es “culpable” sino “perdonado”,
santo en Cristo Jesús. Así, la iglesia primitiva experimentaba un gozo desbordante incluso en medio de pruebas, porque conocían la libertad que Cristo les dio. Pablo, quien antes había sido un fariseo atormentado intentando justificarse por obras, describe ahora su vida como una en la que ha muerto al legalismo y vive por la fe en el Hijo de Dios “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Podríamos decir que la Biblia entera nos lleva en un recorrido
desde la culpa hasta el amor. Comienza con la humanidad escondiéndose de Dios por vergüenza, y termina con una visión gloriosa en Apocalipsis: Dios habitando con los seres humanos, enjugando toda lágrima de sus ojos (Apocalipsis 21:3-4). En la Nueva Jerusalén final
“ya no habrá maldición” (Ap. 22:3), es decir, la culpa y sus efectos habrán desaparecido por completo. En cambio,
“el trono de Dios y del Cordero estará allí, y Sus siervos le servirán… y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap. 22:3-5). Es la imagen de una comunión restaurada plenamente, como al principio pero aún mejor, cimentada en el amor redentor de Dios.
La narrativa bíblica nos muestra que, aunque el juicio es real contra el pecado, el propósito final de Dios es la reconciliación por amor. Él mismo proveyó el medio para quitar nuestra culpa sin negar Su justicia: el Cordero de Dios. Por tanto, el mensaje global de la Escritura al creyente es:
No vivas más bajo condenación. Cristo te liberó para que sirvas a Dios en novedad de vida, en el amor del Espíritu.
“Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17).
En conclusión de este recorrido bíblico, podemos afirmar con seguridad que una vida cristiana basada en el amor refleja mucho mejor el corazón de Dios y la obra de Cristo que una vida basada en la culpa. Esto no significa que el pecado no importe –importa tanto que Jesús murió para vencerlo–, sino que una vez que hemos recibido el perdón, estamos llamados a
“permanecer en Su amor” (Juan 15:9) más que a permanecer en la vergüenza.
“La misericordia triunfa sobre el juicio”biblegateway.com es la proclamación que resuena de las páginas sagradas.
Habiendo visto la postura bíblica, resulta ilustrativo preguntarnos: ¿cómo ha entendido y aplicado la Iglesia cristiana esta tensión entre culpa y amor a lo largo de los siglos? La siguiente sección ofrecerá un panorama histórico, identificando épocas, corrientes y líderes que enfatizaron uno u otro aspecto, y cómo hemos llegado a los entendimientos actuales.