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El confundir la muerte real con una supuesta “muerte espiritual” es un truco semántico que la ortodoxia utiliza para sostener otro error: la llamada “Inmortalidad del alma”.
La lógica es esta:
“Como el alma es inmortal y no puede morir, entonces cuando la Biblia dice que el alma muere, tiene que significar otra cosa. Inventemos que muerte significa separación”.
El error está en reemplazar la definición bíblica de muerte, que es la cesación de la vida, por un concepto teológico de “muerte espiritual”, negando en los hechos la realidad de la mortalidad humana.
Así la ortodoxia termina definiendo la muerte como una “separación” y no como el fin de la vida del ser viviente.
Distingue tres tipos de muerte para hacer encajar su teología:
Dicen que, como Adán no cayó muerto en ese momento sino que vivió 930 años más, la muerte de la que habló Dios no pudo ser muerte real, sino una especie de “muerte espiritual”.
Según ellos, Adán perdió la comunión, pero no la vida.
De ese modo concluyen que el hombre es un ser que nunca deja de existir, que solo cambia de estado o de relación con Dios.
Este cambio de diccionario no surge de la Biblia, sino de una necesidad filosófica.
Al adoptar la creencia platónica de que el alma es inherentemente inmortal, los teólogos se toparon con un muro: la Escritura dice con claridad que la paga del pecado es muerte y que el alma que peca muere.
Romanos 6:23
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Ezequiel 18:4
He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía;
el alma que pecare, esa morirá.
Si el alma no puede morir porque se la supone inmortal según Platón, entonces hay que redefinir la palabra “muerte” para que no signifique dejar de vivir, sino “existir miserablemente lejos de Dios”.
Agustín de Hipona termina consolidando esta visión al justificar el castigo eterno consciente, pasando por alto lo que podemos llamar la primera muerte: la muerte que todos los hombres sufren bajo el sol.
Sin embargo, la Biblia usa la palabra muerte en su sentido natural y literal: cesación de la vida del ser viviente.
Dios le dice a Adán, ya sentenciado:
Génesis 3:19
Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra,
porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.
El que “vuelve al polvo” deja de ser un ser viviente.
El texto no dice que siga existiendo como “alma consciente” en otro lado.
Simplemente vuelve a la tierra.
Eclesiastés 9:5-6
Porque los que viven saben que han de morir;
mas los muertos nada saben, ni tienen más paga,
porque su memoria es puesta en olvido.
También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya;
y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.
Salmo 146:4
Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra;
en ese mismo día perecen sus pensamientos.
Todo esto encaja con la idea de muerte como fin de la vida del ser viviente, no como cambio de estado de un ente inmortal.
Volvamos a Génesis 2:17...
El mandato es claro:
Génesis 2:17
mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.
La interpretación ortodoxa dice que, como Adán siguió físicamente vivo, entonces “muerte” allí debe significar otra cosa.
Pero el propio relato explica qué sucede “ese día”:
Génesis 3:22
Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal;
ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.
Génesis 3:24
Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines,
y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.
Ese mismo día el hombre es echado del huerto y se le cierra el acceso al árbol de la vida.
Ese día queda decretado que no vivirá para siempre y que terminará volviendo al polvo.
La muerte entra porque Dios le quita literalmente el acceso a la vida.
No es una “muerte espiritual” simbólica, sino la sentencia efectiva de que ya no podrá seguir viviendo para siempre.
La inmortalidad, entonces, no es “natural” como sostuvo Platón, sino un don que Dios concede por la victoria de Cristo sobre la muerte.
2 Timoteo 1:10
pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo,
el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio.
1 Corintios 15:53-54
Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción,
y esto mortal se vista de inmortalidad.
Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción,
y esto mortal se haya vestido de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida es la muerte en victoria.
Según la Biblia, la inmortalidad pertenece a Dios y es revelada y otorgada en Cristo, no es una propiedad intrínseca del alma humana.
Bajo la Ley, la paga del pecado es muerte.
Esa es la primera muerte, la muerte real que le ocurre al hombre que vuelve al polvo.
En la cruz, Cristo asume esa paga, muere de verdad y vence la muerte por resurrección.
Hebreos 2:14
Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo,
para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.
La resurrección es precisamente la cancelación de esa muerte, la reversión de la sentencia de volver al polvo.
Una vez que la muerte ha sido vencida en Cristo y la inmortalidad ha sido sacada a luz por el evangelio, ya no se trata de un hombre naturalmente inmortal que cambia de “estado”, sino de seres mortales que, habiendo estado bajo la sentencia de muerte, serán levantados por resurrección para entrar en un estado definitivo de existencia:
unos para condenación y otros para salvación.
Juan 5:28-29
No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz;
y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida;
mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
La Biblia no necesita inventar una “muerte espiritual” para sostener una inmortalidad natural del alma que es falsa.
Presenta, en cambio, a un hombre condenado a muerte, una muerte real como paga del pecado, y a una inmortalidad verdadera que sólo se manifiesta en Cristo por medio de su resurrección.
La lógica es esta:
“Como el alma es inmortal y no puede morir, entonces cuando la Biblia dice que el alma muere, tiene que significar otra cosa. Inventemos que muerte significa separación”.
El error está en reemplazar la definición bíblica de muerte, que es la cesación de la vida, por un concepto teológico de “muerte espiritual”, negando en los hechos la realidad de la mortalidad humana.
Así la ortodoxia termina definiendo la muerte como una “separación” y no como el fin de la vida del ser viviente.
Distingue tres tipos de muerte para hacer encajar su teología:
- Muerte física: El alma se separa del cuerpo (pero sigue viviendo).
- Muerte espiritual: El alma está separada de Dios por el pecado (pero sigue viva y consciente).
- Muerte eterna: Separación eterna de Dios en el infierno (vida eterna en tormento).
Dicen que, como Adán no cayó muerto en ese momento sino que vivió 930 años más, la muerte de la que habló Dios no pudo ser muerte real, sino una especie de “muerte espiritual”.
Según ellos, Adán perdió la comunión, pero no la vida.
De ese modo concluyen que el hombre es un ser que nunca deja de existir, que solo cambia de estado o de relación con Dios.
Este cambio de diccionario no surge de la Biblia, sino de una necesidad filosófica.
Al adoptar la creencia platónica de que el alma es inherentemente inmortal, los teólogos se toparon con un muro: la Escritura dice con claridad que la paga del pecado es muerte y que el alma que peca muere.
Romanos 6:23
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Ezequiel 18:4
He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía;
el alma que pecare, esa morirá.
Si el alma no puede morir porque se la supone inmortal según Platón, entonces hay que redefinir la palabra “muerte” para que no signifique dejar de vivir, sino “existir miserablemente lejos de Dios”.
Agustín de Hipona termina consolidando esta visión al justificar el castigo eterno consciente, pasando por alto lo que podemos llamar la primera muerte: la muerte que todos los hombres sufren bajo el sol.
Sin embargo, la Biblia usa la palabra muerte en su sentido natural y literal: cesación de la vida del ser viviente.
Dios le dice a Adán, ya sentenciado:
Génesis 3:19
Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra,
porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.
El que “vuelve al polvo” deja de ser un ser viviente.
El texto no dice que siga existiendo como “alma consciente” en otro lado.
Simplemente vuelve a la tierra.
Eclesiastés 9:5-6
Porque los que viven saben que han de morir;
mas los muertos nada saben, ni tienen más paga,
porque su memoria es puesta en olvido.
También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya;
y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.
Salmo 146:4
Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra;
en ese mismo día perecen sus pensamientos.
Todo esto encaja con la idea de muerte como fin de la vida del ser viviente, no como cambio de estado de un ente inmortal.
Volvamos a Génesis 2:17...
El mandato es claro:
Génesis 2:17
mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.
La interpretación ortodoxa dice que, como Adán siguió físicamente vivo, entonces “muerte” allí debe significar otra cosa.
Pero el propio relato explica qué sucede “ese día”:
Génesis 3:22
Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal;
ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.
Génesis 3:24
Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines,
y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.
Ese mismo día el hombre es echado del huerto y se le cierra el acceso al árbol de la vida.
Ese día queda decretado que no vivirá para siempre y que terminará volviendo al polvo.
La muerte entra porque Dios le quita literalmente el acceso a la vida.
No es una “muerte espiritual” simbólica, sino la sentencia efectiva de que ya no podrá seguir viviendo para siempre.
La inmortalidad, entonces, no es “natural” como sostuvo Platón, sino un don que Dios concede por la victoria de Cristo sobre la muerte.
2 Timoteo 1:10
pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo,
el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio.
1 Corintios 15:53-54
Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción,
y esto mortal se vista de inmortalidad.
Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción,
y esto mortal se haya vestido de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida es la muerte en victoria.
Según la Biblia, la inmortalidad pertenece a Dios y es revelada y otorgada en Cristo, no es una propiedad intrínseca del alma humana.
Bajo la Ley, la paga del pecado es muerte.
Esa es la primera muerte, la muerte real que le ocurre al hombre que vuelve al polvo.
En la cruz, Cristo asume esa paga, muere de verdad y vence la muerte por resurrección.
Hebreos 2:14
Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo,
para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.
La resurrección es precisamente la cancelación de esa muerte, la reversión de la sentencia de volver al polvo.
Una vez que la muerte ha sido vencida en Cristo y la inmortalidad ha sido sacada a luz por el evangelio, ya no se trata de un hombre naturalmente inmortal que cambia de “estado”, sino de seres mortales que, habiendo estado bajo la sentencia de muerte, serán levantados por resurrección para entrar en un estado definitivo de existencia:
unos para condenación y otros para salvación.
Juan 5:28-29
No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz;
y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida;
mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
La Biblia no necesita inventar una “muerte espiritual” para sostener una inmortalidad natural del alma que es falsa.
Presenta, en cambio, a un hombre condenado a muerte, una muerte real como paga del pecado, y a una inmortalidad verdadera que sólo se manifiesta en Cristo por medio de su resurrección.