El Postrer Adán: Un hombre nuevo, venido del cielo
La redención del ser humano requiere algo más que perdón: exige una nueva humanidad.
El pecado no solo contaminó las acciones del hombre, sino su misma condición existencial.
Por eso, Dios no reforma al viejo hombre: lo sustituye.
Y esa sustitución comienza con un Hombre nuevo, no salido de Adán sino descendido del cielo: Jesucristo.
1. ¿Por qué se necesita un "postrer Adán"?
La Escritura enseña que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y con el pecado, la muerte (Romanos 5:12).
Este hombre fue Adán, cabeza federal de la humanidad caída.
En Adán, todos pecamos (Romanos 5:19) y todos morimos (1 Corintios 15:22), porque su desobediencia selló la sentencia de muerte para su linaje.
El problema entonces no es solo el pecado, sino la naturaleza corrupta y sentenciada de su descendencia.
Por eso Dios no podía simplemente “reparar” al hombre caído.
Lo que se necesitaba era un nuevo hombre, de una nueva clase, libre de corrupción y pecado, que pudiera representar a la humanidad delante de Dios sin culpa.
2. Un nuevo comienzo: El segundo hombre
1 Corintios 15:45 declara:
“Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.”
Y más adelante, en el verso 47:
“El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.”
Aquí Pablo no está haciendo poesía. Está afirmando con toda claridad una realidad ontológica: Jesús no es parte de la línea genética de Adán, ni su naturaleza deriva de la corrupción de la carne caída.
Él es hombre verdadero, pero su humanidad no procede del polvo ni de la sangre ni de varón (cf. Juan 1:13).
3. No es el Adán reformado, es el Adán reemplazado
Cristo es llamado “postrer Adán” no porque sea una repetición, sino porque es el cierre y cumplimiento de aquello que Adán no pudo ser.
Donde Adán falló, Jesús obedeció.
Donde Adán introdujo muerte, Jesús introduce vida.
Y esta victoria no la logra por ser Dios, sino por ser Hombre perfecto, nacido sin pecado, y mantenido sin pecado hasta la muerte.
Filipenses 2:6-8 declara:
“El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
Este hombre nuevo no proviene de Adán, sino que viene del cielo.
No es una encarnación en la línea de la carne caída, sino una nueva humanidad formada por Dios (Hebreos 10:5: "Me preparaste cuerpo").
4. ¿Qué significa que “vino del cielo”?
Cristo mismo lo dice:
“Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” (Juan 6:38)
“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne” (Juan 6:51).
Él no dice simplemente que nació por voluntad divina, sino que vino.
No que fue “formado en la tierra”, sino que “descendió”.
Esto significa que su identidad preexistente como el Verbo se forma plenamente como hombre, pero su vida no deriva de la tierra ni de María.
Su cuerpo es humano, pero no adámico; su vida es real, pero no derivada del polvo; su alma no proviene del soplo dado a Adán, sino que ya estaba viva y se formó como hombre.
“Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.” (Juan 16:28)
Esta es la clave del Verbo hecho carne.
El segundo hombre es el Señor, es del cielo, y por tanto, no está bajo la ley del pecado y de la muerte.
5. ¿Cómo salva este Hombre nuevo?
El hombre viejo, vendido al pecado, está sentenciado a muerte. Pero Cristo, al ser Hombre nuevo y sin pecado, muere no por sí mismo, sino como sustituto.
Su justicia personal como hombre le permite ofrecerse como rescate por muchos (Mateo 20:28), y su victoria sobre la muerte prueba que su justicia fue suficiente:
“Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción” (Salmo 16:10, citado en Hechos 2:27).
Así, la muerte no lo pudo retener, y en su resurrección se convierte en el primogénito de entre los muertos (Colosenses 1:18), el principio de una nueva humanidad.
Conclusión: La única esperanza
La única esperanza del hombre es morir con el viejo Adán y ser injertado por fe en el postrer Adán.
En él hay una nueva raza humana nacida no de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios (Juan 1:13).
El nuevo nacimiento es, en esencia, una migración de filiación: del linaje adámico al linaje celestial.
“Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:49).
Este postrer Adán es el Hombre perfecto, el que no viene para reparar la carne, sino para reemplazarla.
Su humanidad es nuestra salvación. Su obediencia es nuestra justicia.
Su resurrección, nuestra esperanza.
Y todo comienza con una simple verdad: El segundo Hombre vino del cielo.