La
expiación limitada es la doctrina calvinista (la "L" de
TULIP) que enseña que la muerte de Jesucristo en la cruz tuvo el propósito
definido de redimir eficazmente solo a los
elegidos (los creyentes que Dios escogió) y no a cada individuo sin excepción.
Por otro lado, muchos cristianos evangélicos (arminianos y también algunos calvinistas
de cuatro puntos) defienden una
expiación universal o ilimitada, afirmando que Cristo murió por
toda la humanidad, aunque solo se benefician de esa expiación quienes
ponen su fe en Él.
Es importante aclarar que
expiación universal no equivale a universalismo (la idea de que todos se salvarán automáticamente); más bien, los defensores de la expiación ilimitada sostienen que Jesús pagó por los pecados de todos los hombres, pero que cada persona debe
aceptar por fe ese sacrificio para ser salva.
Redención: Cristo paga el precio del condenado por la Ley
La
Biblia describe la redención como un acto de “compra”.
Desde Génesis se establece que el pecado merece muerte: Dios advirtió a Adán
“el día que de él comas, ciertamente morirás”
. Esa sentencia cayó sobre toda la humanidad por el pecado (cf. Rom 5:12). En el Nuevo Testamento, la obra de Cristo se presenta como el pago de esa deuda de muerte. Jesús enseñó que
“el Hijo del Hombre… vino para dar su vida en rescate por muchos”
. De forma similar, Pablo dice a los creyentes:
“por precio habéis sido comprados”, indicando que Cristo pagó un precio por nuestras vidas. Ese precio fue Su propia sangre:
“Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros”
. Es decir, Jesús cargó con la maldición de la Ley (la muerte que la Ley demandaba) para liberar a otros. Con Su muerte en la cruz, Él
pagó la pena del pecado que pesaba sobre la humanidad (cf. Rom 6:23) y compró para Dios un pueblo:
“con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación” (Ap 5:9).
En resumen, la redención es presentada bíblicamente como un
rescate pagado por Cristo para librarnos de la condena de la Ley.
La total eficacia de la sangre de Cristo
La muerte de Cristo
realmente rescató a toda la humanidad del dominio de la muerte, colocándola bajo el señorío de Cristo, no solo a un grupo de elegidos.
Se afirma que
Cristo murió por todos, incluso por los que se pierden: Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo” y “la propiciación... por los pecados de todo el mundo”
. Versículos como 1 Timoteo 2:6 dicen que Jesús “se dio a sí mismo en rescate por
todos”, y Hebreos 2:9 añade que “gustó la muerte por
todos”.
En la cruz, Cristo derrotó el poder de la muerte de una vez y para siempre, cumpliendo así la promesa de que “en Cristo
todos serán vivificados” (1 Cor 15:22)
Jesús, con su sacrificio,
compró a la humanidad entera para Dios – incluso a quienes se pierden – cumpliendo profecías como Isaías 53:6 (“Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros”).
De hecho, Pedro habla de falsos maestros que
niegan “al Amo que los compró”, lo cual implica que
hasta ellos fueron adquiridos por la sangre de Cristo.
Distinción entre vencer la muerte y entrar en la vida eterna
Se diferencian dos momentos en la obra redentora:
1. Vencer
la muerte (ser liberados del poder/pena de la muerte).
2.
Entrar en la vida eterna (recibir la salvación plena).
Esta
separación conceptual aporta una comprensión nueva que puede ayudar a resolver disputas Calvino-Arminianas.
Los calvinistas subrayan que la muerte de Cristo
efectuó realmente la salvación, pero lo aplican solo a los elegidos.
Los arminianos enfatizan que Cristo murió por todos, pero que solo es eficaz cuando el individuo cree.
Al diferenciar dos momentos en la obra redentora se concilian ambas perspectivas:
Cristo ganó algo real para todos, derrotó la sentencia de muerte que pesaba sobre
todos en Adán, pero
la vida eterna plena se recibe libremente por fe, solo
los que creen efectivamente disfrutan de la salvación eterna.
Dios “hizo su parte” universal y de manera unilateral (nadie permanecerá bajo la muerte por culpa de Adán, pues Cristo revertió esa condena), pero exige la
respuesta personal para
vivir eternamente.
La Biblia permite ver la obra de Cristo en dos fases:
una universal (quitarnos de la muerte) y
otra personal (darnos la vida eterna) evitando el de si “¿murió por todos o solo por algunos?”.