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El Alma según la Biblia: Un Estudio Exhaustivo


El concepto de alma ha sido objeto de debate teológico a lo largo de la historia cristiana. En la Biblia (usando exclusivamente el canon protestante de 66 libros) las palabras originalmente traducidas como "alma" son el hebreo néfesh en el Antiguo Testamento y el griego psyché en el Nuevo Testamento. Este estudio abordará qué es el alma según las Escrituras, proporcionando una definición técnica basada en la Biblia sin imponer presupuestos filosóficos griegos o tradiciones extrañas al texto sagrado. Luego se comparará cómo las principales corrientes cristianas –calvinismo, arminianismo, catolicismo romano y la llamada teología de la sustitución real y nueva creación– entienden el alma. Posteriormente, examinaremos lo que la Biblia enseña (y lo que no enseña) acerca de la relación del alma con la vida, la muerte, la inmortalidad y la resurrección. Finalmente, afirmaremos la necesidad de rechazar toda idea extrabíblica que no pueda fundamentarse claramente en las Escrituras, conforme al principio de Sola Scriptura.

La meta es presentar un análisis académico, bien estructurado y útil para la discusión bíblica seria y la apologética, centrado en la autoridad de la Biblia. Procedamos primeramente a definir el término "alma" en su contexto bíblico original.
 

Definición Bíblica del Concepto de "Alma" (néfesh/psyché)​


“Alma” en el Antiguo Testamento (néfesh): En la Biblia hebrea, la palabra néfesh aparece frecuentemente (alrededor de 754 veces solo en la Torá, según algunos estudios y su significado fundamental es vida, ser viviente. Desde la primera mención en Génesis, néfesh denota aquello que tiene vida. Por ejemplo, en Génesis 2:7 se dice que Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida, "y fue el hombre un ser viviente [néfesh jayá]". El hombre no recibió un alma, sino que se convirtió en un alma viviente. Del mismo modo, la misma palabra se aplica a los animales en la creación (las criaturas del mar y de la tierra son llamadas néfesh vivientes en Génesis 1:20, 24). Esto muestra que néfesh se refiere a la criatura como un ser animado, sin implicar aquí una entidad inmaterial separada.

Néfesh en hebreo a menudo se asocia con la vida física y la persona en su totalidad. Se identifica estrechamente con la sangre como símbolo de la vida: "la vida (néfesh) de la carne en la sangre está" (Levítico 17:11). De hecho, la Biblia dice que "el alma (néfesh) de toda carne es su sangre" (Levítico 17:14), subrayando que néfesh es el principio vital ligado al cuerpo. Así, néfesh puede traducirse como vida: por ejemplo, cuando alguien arriesga su vida, el hebreo dice "arriesgó su néfesh" (cf. Jueces 12:3). También néfesh puede referirse a la persona entera o ser (por eso a veces la Biblia habla de cuántas "almas" de personas estaban presentes, significando cuántas personas; cf. Génesis 46:27).

En términos funcionales, el alma en el AT es la sede de las emociones, deseos y voluntad del ser humano. Expresiones como "mi alma tiene sed de Dios" o "mi alma se angustia" son comunes en los Salmos, refiriéndose a la persona misma en lo más íntimo. Néfesh abarca así la totalidad de la personalidad y la vida interior del hombre. Importa señalar que en la cosmovisión hebrea, el ser humano es visto de manera integral: cuerpo y alma no son dos sustancias separadas, sino aspectos de la misma persona viviente. Alguien es un alma viviente mientras está con vida; no posee un alma separada de su cuerpo en el lenguaje ordinario del AT. Cuando una persona muere, cesa esa vida. En resumen, para el pensamiento hebreo del AT, néfesh es inseparable del hombre total mientras vive; no se concibe el alma funcionando independientemente del cuerpo en una existencia plena.

“Alma” en el Nuevo Testamento (psyché): En los escritos del NT, la palabra griega psyché es equivalente en muchos casos al concepto hebreo de néfesh. Se usa psyché para hablar de la vida (por ejemplo, "el Hijo del Hombre vino para dar su vida [psyché] en rescate por muchos", Mateo 20:28), de la persona (Hechos 2:41 habla de tres mil almas añadidas a la iglesia, refiriéndose a personas), y del ser interior humano. Sin embargo, aunque psyché sigue significando principalmente vida o persona total, el NT enfatiza particularmente la esperanza futura en la resurrección literal de la persona completa, sin enseñar nunca una existencia consciente inmediata del alma tras morir. La dimensión espiritual del hombre en el NT sigue siendo inseparable del cuerpo, y la vida eterna solo se obtiene mediante la resurrección futura del ser humano completo (1 Corintios 15; Juan 5:28-29).

Podemos concluir que bíblicamente “alma” (néfesh/psyché) denota la vida o ser del hombre, incluyendo sus dimensiones interiores (mente, emociones, voluntad). En el AT predomina una perspectiva holística: el alma es la persona viviente entera, animada por el aliento divino, y cuando ese aliento (espíritu) se retira, la persona muere (cf. Eclesiastés 12:7). Importante: ningún texto bíblico define el alma en términos de la filosofía griega (por ejemplo, Platón definía el alma como una sustancia inmaterial e inmortal aprisionada en el cuerpo). Por el contrario, la Biblia presenta al ser humano como unidad de cuerpo y alma, dependiendo enteramente de Dios para la vida presente y futura. El concepto de alma inmortal por naturaleza no proviene directamente de la terminología bíblica, sino de interpretaciones posteriores influenciadas por la filosofía. Por ello, para entender "alma" según la Biblia debemos ceñirnos a lo que dicen los textos sagrados, no a ideas añadidas externamente.
 

Perspectivas Cristianas sobre el Alma: Calvinismo, Arminianismo, Catolicismo y Sustitución Real​

A lo largo de la historia de la Iglesia, se han desarrollado diversas corrientes teológicas que, aunque comparten la fe en Cristo, difieren en matices doctrinales. Analizaremos cómo cuatro perspectivas cristianas –el calvinismo (teología reformada), el arminianismo (protestantismo clásico no calvinista), el catolicismo romano y la reciente teología de la sustitución real y nueva creación– entienden la naturaleza del alma y su destino. Veremos sus concordancias y diferencias, siempre contrastándolas con la enseñanza bíblica expuesta.

El calvinismo, representado por la tradición reformada (Juan Calvino y sus sucesores, confesiones reformadas como Westminster, etc.), sostiene una visión bipartita clásica del ser humano: cuerpo y alma (o espíritu). De acuerdo con esta postura, el alma es una sustancia espiritual inmortal dada por Dios, distinta del cuerpo material pero unida a él durante la vida terrenal. En la muerte, cuerpo y alma se separan temporalmente: el cuerpo vuelve al polvo y el alma sobrevive en estado consciente, y luego en la resurrección serán reunidos. Los teólogos reformados enfatizan la continuidad de la conciencia del alma tras la muerte y su entrada inmediata al destino eterno determinado por la fe del individuo.

Un resumen autorizado de la perspectiva calvinista se halla en la Confesión de Fe de Westminster (1646), estándar doctrinal del calvinismo histórico. En su capítulo final declara: “Los cuerpos de los hombres después de la muerte vuelven al polvo y ven corrupción, pero sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo una subsistencia inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio”. Esta confesión añade que las almas de los justos, perfeccionadas en santidad, “son recibidas en los más altos cielos, donde contemplan la faz de Dios en luz y gloria, esperando la completa redención de sus cuerpos”, mientras que “las almas de los malvados son arrojadas al infierno, donde permanecen atormentadas... en espera del juicio del gran día”. En consecuencia, la teología calvinista afirma fuertemente la inmortalidad del alma (en el sentido de que el alma no deja de existir ni pierde la conciencia) y un estado intermedio consciente: cielo para los creyentes (con gozo en la presencia de Dios) y Hades/infierno para los incrédulos (en tormento), aguardando ambos la resurrección corporal final y el juicio definitivo.

Doctrinalmente, los calvinistas fundamentan esta visión en numerosos textos bíblicos: la frase "Dios... dio el espíritu" (Eclesiastés 12:7) alude a que el alma/espíritu regresa a Dios al morir; pasajes como Lucas 23:43 (Jesús prometiendo el paraíso "hoy"), 2 Corintios 5:8 y Filipenses 1:23 (deseo de estar ausente del cuerpo y presente con el Señor) se interpretan como prueba de la comunión inmediata del alma del creyente con Cristo tras la muerte. También se citan las escenas como la de Lucas 16:22-23 (el rico y Lázaro) y la visión de almas en Apocalipsis 6:9-10 para sostener que las almas separadas del cuerpo tienen percepción y claman a Dios. En suma, para el calvinismo la muerte física no es aniquilación de la persona, sino separación del componente material y el inmaterial; este último no muere ni “duerme”. Rechazan firmemente la idea de un "sueño del alma" inconsciente, calificándola de error. Juan Calvino, de hecho, escribió un tratado polémico (Psychopannychia, 1542) en contra de los anabautistas que negaban la consciencia del alma entre la muerte y la resurrección.

Por tanto, en perspectiva reformada, el alma humana fue creada para ser inmortal por la providencia de Dios. Si bien la inmortalidad es un don de Dios (no algo inherente en forma autónoma, pues Dios es la fuente de la vida), se considera que todos los seres humanos tendrán existencia consciente eterna: ya sea vida eterna en comunión con Dios o muerte eterna (entendida como separación consciente de Dios, es decir, castigo eterno). La condenación eterna de los impíos implica que sus almas jamás dejarán de existir, sino que sufrirán perpetuamente. Esta posición ha sido la mayoritaria en la tradición cristiana occidental y calvinista.

El calvinismo enseña una inmortalidad natural del alma separable, doctrina que la Escritura explícitamente no respalda.
Según la Biblia, la inmortalidad no es natural ni inherente, sino un don de Dios mediante la resurrección futura (1 Timoteo 6:16; 1 Corintios 15:53-54).

La postura calvinista sostiene una separación clara cuerpo/alma como dos sustancias distintas. Esto refleja una influencia platónica indirecta.
El texto bíblico claramente presenta al hombre como unidad integral, no como dos sustancias separables conscientemente después de la muerte (Génesis 2:7, Eclesiastés 9:5,10).

El calvinismo utiliza ciertos textos (Lc 23:43; 2 Cor 5:8; Flp 1:23; Ap 6:9-10; Lc 16:22-23) para sostener una conciencia inmediata del alma después de morir.
Estas interpretaciones no son explícitas en el texto bíblico mismo, sino inferencias condicionadas por doctrinas previas.

Estos textos deben entenderse a la luz de la enseñanza clara de la resurrección como única esperanza (Jn 5:28-29; 1 Tes 4:13-18).
Ejemplo: Lucas 23:43 no implica paraíso inmediato (problema de puntuación). 2 Cor 5:8 y Fil 1:23 expresan el deseo de estar con Cristo, pero no afirman existencia consciente inmediata tras la muerte, sino una esperanza futura. Apocalipsis 6 es claramente simbólico. Lucas 16 es parábola figurada.

La autoridad final debe ser siempre la Biblia (Sola Scriptura) y no la tradición ni mayoría histórica.
 

Teología Arminiana (Protestantismo clásico no calvinista)​

El arminianismo, derivado de las enseñanzas de Jacobo Arminio y representado en muchas iglesias protestantes (metodistas, bautistas libres, pentecostales, etc.), comparte en gran medida la misma comprensión básica del alma que el calvinismo, aunque difiere en otros aspectos teológicos (como el alcance de la expiación o la posibilidad de perder la salvación). En cuanto a la naturaleza del alma, los arminianos clásicos también afirman la dualidad cuerpo-alma y la inmortalidad del alma. No existe en la teología arminiana histórica una divergencia significativa sobre el estado del alma tras la muerte: al igual que los reformados, sostienen que el creyente al morir va inmediatamente a la presencia de Dios en el cielo, mientras que el no creyente va al Hades en aflicción, ambos en espera de la resurrección y juicio final.

Autores arminianos tienden a enfatizar el amor de Dios y la responsabilidad humana, pero no niegan la doctrina tradicional del alma. De hecho, el arminianismo ortodoxo considera la inmortalidad del alma como una doctrina bíblica y ampliamente aceptada en la cristiandad. Un teólogo arminiano contemporáneo resume así la postura: "El cristianismo ortodoxo reconoce la doctrina de la inmortalidad del alma humana. De acuerdo con la Biblia, la verdadera vida espiritual no cesa cuando nuestros cuerpos físicos mueren. Nuestras almas vivirán para siempre, ya sea en la presencia de Dios en el cielo si somos salvos, o en castigo en el infierno si rechazamos... la salvación". Es decir, se asume la existencia eterna del alma en uno u otro destino.

Mientras que corrientes arminianas pueden tolerar cierta diversidad en puntos secundarios (por ejemplo, algunos arminianos del siglo XIX como ciertos metodistas tuvieron simpatía hacia el condicionalismo o la aniquilación final de los impíos), la posición mayoritaria arminiana coincide con la tradicional: el alma es inmortal y consciente tras la muerte. Por tanto, rechazan también la noción de aniquilación del alma o de inconsciencia total. Un sector significativo del arminianismo está representado en denominaciones evangélicas que consideran heréticas las doctrinas que niegan la inmortalidad del alma o el infierno eterno. Por ejemplo, apologistas arminiano-pentecostales han polemizado contra los adventistas del séptimo día (quienes niegan la inmortalidad natural del alma), acusándolos de apartarse del "cristianismo bíblico e histórico" en este punto. En suma, la comprensión arminiana del alma es clásica y dualista: el hombre es cuerpo y alma/espíritu; el alma sobrevive a la muerte y entra de inmediato al gozo o tormento consciente; y en la resurrección cuerpo y alma se unen para la vida eterna o la condenación.

Vale añadir que dentro del protestantismo clásico (ya sea calvinista o arminiano) existe un debate secundario sobre si la constitución humana es dicótoma (cuerpo y alma/espíritu) o tricótoma (cuerpo, alma y espíritu como tres componentes distintos). Sin embargo, ambos grupos concuerdan en que el elemento inmaterial (sea alma y espíritu considerados distintos o como partes de un mismo principio) no deja de existir al morir. Como dice el citado autor: "La naturaleza humana se compone de cuerpo, alma y espíritu... Si el alma y el espíritu son uno, o de alguna manera distintos, no es un tema que Dios dejó muy claro... De lo que podemos estar seguros es que tenemos un aspecto inmaterial que sobrevive a la muerte". En definitiva, el arminianismo, al igual que el calvinismo, sostiene la inmortalidad del alma en sintonía con la tradición cristiana mayoritaria, diferenciándose sobre todo de posturas sectarias que la niegan.

Aunque los arminianos clásicos asumen tradicionalmente la inmortalidad natural del alma, esta doctrina no está explícitamente enseñada en la Biblia, sino influenciada históricamente por la filosofía griega. Según la Escritura, solo Dios posee inmortalidad inherente (1 Timoteo 6:16), mientras que los seres humanos recibirán la inmortalidad únicamente en la resurrección futura (1 Corintios 15:53-54). Por lo tanto, la visión arminiana tradicional del ser humano como un compuesto dualista de cuerpo y alma tampoco proviene directamente de la Biblia, sino del pensamiento filosófico griego adoptado tempranamente en la tradición cristiana.

La Biblia presenta claramente al hombre como una unidad viviente indivisible (Génesis 2:7). En consecuencia, algunas corrientes arminianas que han calificado como "sectarias" a doctrinas que niegan la inmortalidad del alma (como hacen ciertos adventistas y otros grupos), lo han hecho desde una defensa de la tradición doctrinal mayoritaria, pero no desde un análisis estrictamente bíblico. La autoridad doctrinal final es la Escritura misma (Sola Scriptura), no la tradición ni la opinión mayoritaria histórica.

Finalmente, vale señalar que el debate interno entre dicotomía o tricotomía del ser humano refleja más una influencia filosófica griega sobre el cristianismo temprano que una enseñanza explícita de la Biblia. Nuevamente, la Escritura afirma la unidad integral del ser humano, no dividido en múltiples partes independientes.
 

Teología del Catolicismo Romano​

La Iglesia Católica Romana, heredera de siglos de desarrollo doctrinal, afirma explícitamente la naturaleza espiritual e inmortal del alma humana. El catolicismo, influido por la filosofía griega (Platón, Aristóteles) integrada a la teología por autores como San Agustín y Santo Tomás de Aquino, enseña que cada ser humano posee un alma racional que es creada inmediatamente por Dios y que no perece con la muerte del cuerpo. Esta alma es el "principio espiritual" de la persona, la forma sustancial del cuerpo (en lenguaje tomista), y está ordenada a la unión con Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica (1992) resume esta enseñanza declarando: "la doctrina de la fe afirma que el alma espiritual e inmortal es creada de forma inmediata por Dios". Más adelante, el Catecismo enseña respecto al momento de la muerte: "Al morir, cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular por Cristo"vatican.va. Es decir, en cuanto la persona muere, su alma –que sobrevive separada del cuerpo– es juzgada individualmente y entra a su destino definitivo (salvación o condenación). Para los católicos, las almas de los justos van inmediatamente al cielo o, si necesitan purificación, al purgatorio; las almas de los malvados van al infierno. Esta es doctrina firme: "Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo... forman el Pueblo de Dios después de la muerte... las cuales [las almas] se unirán con sus cuerpos el día de la Resurrección". Vemos aquí la idea de estado intermedio: las almas de los fieles difuntos están con Cristo y gozan de la visión beatífica (ver a Dios cara a cara) antes incluso de la resurrección final. Asimismo, el catolicismo enseña la existencia del purgatorio para algunas almas que, aunque salvas, requieren purificación de pecados veniales pendientes (Catecismo §§1030-1032). Estas doctrinas (juicio particular inmediato, cielo/purgatorio/infierno para las almas) se apoyan en la tradición apostólica y algunos textos bíblicos interpretados a la luz de ella. Los católicos también reconocen la autoridad de ciertos libros deuterocanónicos (no aceptados en el canon protestante) como 2 Macabeos 12:46 para fundamentar la oración por los difuntos y, por implicación, la purificación post-mortem.

En resumen, la visión católica es que el alma es inmortal por naturaleza, dotada por Dios de esta cualidad, y que la muerte implica la separación del alma y el cuerpo –pero no la extinción del alma–. La persona continúa existiendo de forma consciente a través de su alma, que espera la reunión con su cuerpo glorificado en la resurrección final (Catecismo §1052). Esta inmortalidad natural se considera un regalo de Dios al ser humano creado a Su imagen, y aunque la muerte física sea consecuencia del pecado (Romanos 6:23), el alma sigue viviendo. De hecho, la Iglesia condenó como herejía cualquier negación de la inmortalidad del alma; por ejemplo, el V Concilio de Letrán (1513) declaró anatema a quien afirmara que "el alma intelectual es mortal". Esta declaración se dio para rechazar corrientes materialistas de la época. A diferencia de la sola Scriptura protestante, el catolicismo apela tanto a la Escritura como a la tradición y la razón filosófica para sostener su doctrina del alma.

Aunque la Iglesia Católica enseña firmemente la inmortalidad natural del alma, es importante destacar que esta doctrina no se deriva directamente de la Escritura, sino que está profundamente influenciada por filosofía griega (platónica y aristotélica), tradición e interpretación histórica posterior. La Biblia nunca afirma explícitamente la inmortalidad inherente del alma humana; al contrario, declara que solo Dios posee inmortalidad inherente (1 Timoteo 6:16). Según la enseñanza bíblica clara, los seres humanos no poseen inmortalidad natural, sino que la reciben únicamente en la resurrección futura por gracia divina (1 Corintios 15:53-54).

Asimismo, la doctrina católica sobre el estado consciente inmediato después de la muerte (cielo, infierno o purgatorio) tampoco se encuentra en afirmaciones explícitas y claras de la Escritura protestante, sino que es resultado de interpretaciones tradicionales posteriores. Desde el principio protestante de sola Scriptura, la autoridad doctrinal final debe residir exclusivamente en la Biblia misma, y no en la tradición, ni en la filosofía, ni en decisiones conciliares posteriores. En conclusión, aunque la visión católica sea históricamente dominante en el cristianismo occidental, su fundamento doctrinal sobre el alma no puede considerarse bíblico, sino una mezcla de tradición filosófica externa y textos interpretados bajo esa influencia filosófica.
 

Teología de la Sustitución Real y Nueva Creación​


Esta revisión no es inmortalidad condicional, aniquilacionismo ni mortalismo tradicional.
No sostiene que el hombre sea naturalmente mortal ni inmortal, sino creado originalmente con potencial para vida eterna, sujeto a la condición de obediencia.

Tampoco es una antropología mortalista donde el ser humano es mortal por naturaleza.
La muerte recién entró por causa del pecado.

Esta revisión es una lectura bíblica que reinterpreta radicalmente la obra de Cristo según el principio de Sola Scriptura y subraya que:

  1. Cristo como el Segundo Adán que cumple lo que Adán no hizo

    • Nacimiento bajo la Ley: Jesús “vino en carne” (Juan 1:14) para colocarse legalmente bajo el mandato de la Ley (Gálatas 4:4‑5).
    • Obediencia perfecta y mérito humano: Al ofrecerse “como ofrenda” (Filipenses 2:8), Jesús cumplió cada precepto y alcanzó “justicia humana”.
    • Muerte sin pecado: “El justo por los injustos” (1 Pedro 3:18), sin mancha ni imputación, para “quitar la muerte y traer a luz la vida” (2 Timoteo 1:10).
    • Victoria sobre la tumba: Su perfecto cumplimiento de la Ley hizo que “la muerte no pudiera retenerlo” (Hechos 2:24; 13:34).
    • No hay “sanación” del viejo hombre, sino ejecución judicial de la antigua humanidad —“muerto con Cristo” (Romanos 6:3‑6)— y creación de una humanidad totalmente nueva (2 Corintios 5:17).
    • En ausencia de la cruz, la muerte es terminal: “el pago del pecado es muerte” (Romanos 6:23) —extinción sin esperanza de restauración—.
    • La gracia introduce la resurrección: La gracia convierte a la muerte terminal en primera muerte introduciendo resurrección y muerte segunda. “Si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2 Timoteo 2:11). Cualquier continuidad aparente o futura del ser humano después de la muerte se debe exclusivamente al poder de la resurrección, no a una supuesta inmortalidad inherente o natural del alma.

Síntesis:

  • Adán falló y murió y obtuvo sentencia de extinción.
  • Jesucristo, el “postrer Adán”, cumplió, murió sin pecado y resucitó; inauguró una nueva creación humana.
  • La cruz ejecuta la muerte de la carne corrupta; la resurrección da la vida incorruptible al “nuevo hombre”.
  • Todos los hombres pasan por la primera muerte, pero solo algunos participan de la vida eterna, pues Cristo ejerce la autoridad judicial final para separar, entre todos los comprados por Su sangre, a las ovejas (salvos) y las cabras (condenados) según su criterio soberano (El juicio del Hijo).
Esta revisión coloca la obra de Cristo en el centro: no se trata de sanear lo viejo, sino de deshacerse de la vieja humanidad y crear una radicalmente nueva, cumpliendo así el propósito original de Dios para el hombre.
 

El Alma y su Relación con la Vida, la Muerte, la Inmortalidad y la Resurrección

Habiendo delineado las diferentes posiciones doctrinales, corresponde ahora examinar directamente lo que la Biblia enseña acerca de la vida del alma, la experiencia de la muerte, la cuestión de la inmortalidad y la esperanza de la resurrección. Nos enfocaremos en destacar qué dice claramente la Escritura y qué no dice, corrigiendo nociones equivocadas a la luz de la Palabra.

El Alma y la Vida

En la Biblia, alma y vida están estrechamente vinculadas. Como vimos, el término hebreo néfesh significa fundamentalmente ser viviente o vida animada. En Génesis 2:7, cuando se dice que el hombre fue hecho "alma viviente", se establece que la vida humana resulta de la unión del cuerpo con el aliento divino. El alma no es un ente preexistente añadido al cuerpo: el hombre llega a ser un alma viviente cuando Dios sopla vida en su cuerpo formado del polvo.

Así, tener alma es estar vivo, y morir es perder el alma, es decir, cesar la vida. Frases como “mi alma vive” o “salvar el alma” significan simplemente vivir o preservar la vida. El Salmo 119:175 dice: “Viva mi alma, y te alabe”, donde "mi alma" es equivalente a decir yo mismo vivo. La muerte ocurre cuando el alma —la vida— se va: "exhaló su alma" (Génesis 35:18).

Durante la vida terrenal, el alma es fuente de emociones, deseos y conciencia propia, pero siempre en conjunción con el cuerpo. Por ejemplo: “el alma del hambriento apetece” (Proverbios 19:15), “mi alma tiene sed de Dios” (Salmo 42:2), “bendice, alma mía, a Jehová” (Salmo 103:1). Pero el alma nunca aparece funcionando independientemente del cuerpo en la Escritura; no hay actividad consciente sin el cuerpo viviente que la expresa.

También es importante señalar que la Biblia no enseña la preexistencia del alma (no vivíamos antes de nacer), ni la reencarnación. La Escritura es clara: “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después el juicio” (Hebreos 9:27). Cada alma es individual y comienza su existencia con la vida física. Como dice Zacarías 12:1, Dios “forma el espíritu del hombre dentro de él” en el momento de su formación.

En suma, la vida natural es lo mismo que tener alma: “aún hay alma en él” se decía de alguien moribundo mientras conservaba aliento (1 Reyes 17:21). Dios es el dador del alma —la vida— y por eso se le llama “el Dios de los espíritus de toda carne” (Números 16:22). Derramar sangre humana —es decir, matar— es quitar la vida de un néfesh, y por eso el mandamiento dice: “no asesinarás” (Éxodo 20:13), porque quitar una vida es derramar un alma que le pertenece a Dios.

Cada alma (cada vida humana) es sagrada y valiosa. No por tener inmortalidad propia, sino porque es una vida dada por Dios, con propósito, dignidad y destino. La Escritura nunca define el alma como una sustancia inmortal separada del cuerpo, sino como la persona viviente en totalidad. Al morir, el alma cesa; y si ha de volver a vivir, es solo por la resurrección que Dios da en Cristo.
 
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