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Otro error de la ortodoxia es reducir la Soberanía de Dios al control determinista de todos los eventos, asumiendo que Dios solo puede ser Soberano si se hace nada más que su perfecta voluntad.
Existe un consenso teológico especialmente fuerte en la tradición agustiniana y reformada, que define la "Soberanía" como la causación o determinación eficaz de todo lo que sucede.
El razonamiento es: "Si hay una sola molécula en el universo moviéndose fuera del control directo de Dios, entonces Dios no es soberano".
La Soberanía se entiende como el escenario donde Dios mueve todas las piezas, blancas y negras, en lugar de existir una interacción real.
De esta forma incluso el mal, el pecado y las tragedias debieron ser "decretadas" por Dios, porque nada puede ocurrir sin que Él lo haya determinado.
Pero este concepto no es hebreo, sino estoico.
El estoicismo griego creía en el destino y en un Logos universal que determinaba cada evento.
Agustín de Hipona, reaccionando contra el pelagianismo, y más tarde los reformadores, adoptaron categorías filosóficas que equiparaban "poder" con "causalidad total".
Esto se sustenta en una lógica humana temerosa: un dictador humano necesita controlar todo por miedo a perder el poder.
La teología proyectó ese miedo humano en Dios, asumiendo que si Dios permite una voluntad contraria real, Su gobierno corre peligro.
Pero la Biblia presenta la soberanía de Dios como a una autoridad suprema que decide crear seres autónomos, asumiendo que esa autonomía produciría inevitablemente dos resultados: Vasos de misericordia y vasos de ira.
Los vasos de misericordia usarían su autonomía para humillarse ante Él, mientras que los vasos de ira usarían su autonomía para levantarse contra Él.
Por otro lado, otra realidad que demuestra el error de esta falsa acepción de soberanía divina es la existencia dos destinos finales.
Porque Dios respeta la naturaleza autónoma de sus criaturas es que existen el cielo y el infierno.
El cielo y el infierno son la consecuencia lógica de la libertad.
DEUTERONOMIO 30
19 A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas...
Dios no puede forzar a un ser autónomo que lo odia a vivir eternamente en Su presencia y por eso existe un lugar de eterna separación.
La existencia del Infierno es la prueba máxima de que Dios respeta la decisión del ser humano hasta las últimas consecuencias.
El determinista piensa: "Si Dios deja libre al hombre, el plan puede fallar".
Pero esto no tiene en cuenta al segundo hombre y nuevo Adán.
El plan de Dios nunca fue el depender de millones que pudieran fallar, sino del Único que no lo haría jamás.
Dios no necesitaba mover los hilos de millones de personas para asegurarse su victoria; solo necesitaba tener la obediencia perfecta de UNO: el Segundo Adán.
Dios aseguró su Soberanía resolviendo el problema eternamente con un solo hombre: JESUCRISTO.
Hebreos 10:5-7
"Por lo cual, entrando en el mundo dice: ... He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad".
Y al levantar a este Mediador Representante humano obediente hasta la muerte, Dios "ató" el éxito de la historia a Cristo y no a la caída de la humanidad.
Y esto libera a Dios para tener misericordia "de quien Él quiera tener misericordia" (Romanos 9:18), es decir, a los que estén en Cristo, sin que su justicia o su control absoluto se vean comprometidos por la rebelión.
Existe un consenso teológico especialmente fuerte en la tradición agustiniana y reformada, que define la "Soberanía" como la causación o determinación eficaz de todo lo que sucede.
El razonamiento es: "Si hay una sola molécula en el universo moviéndose fuera del control directo de Dios, entonces Dios no es soberano".
La Soberanía se entiende como el escenario donde Dios mueve todas las piezas, blancas y negras, en lugar de existir una interacción real.
De esta forma incluso el mal, el pecado y las tragedias debieron ser "decretadas" por Dios, porque nada puede ocurrir sin que Él lo haya determinado.
Pero este concepto no es hebreo, sino estoico.
El estoicismo griego creía en el destino y en un Logos universal que determinaba cada evento.
Agustín de Hipona, reaccionando contra el pelagianismo, y más tarde los reformadores, adoptaron categorías filosóficas que equiparaban "poder" con "causalidad total".
Esto se sustenta en una lógica humana temerosa: un dictador humano necesita controlar todo por miedo a perder el poder.
La teología proyectó ese miedo humano en Dios, asumiendo que si Dios permite una voluntad contraria real, Su gobierno corre peligro.
Pero la Biblia presenta la soberanía de Dios como a una autoridad suprema que decide crear seres autónomos, asumiendo que esa autonomía produciría inevitablemente dos resultados: Vasos de misericordia y vasos de ira.
Los vasos de misericordia usarían su autonomía para humillarse ante Él, mientras que los vasos de ira usarían su autonomía para levantarse contra Él.
Por otro lado, otra realidad que demuestra el error de esta falsa acepción de soberanía divina es la existencia dos destinos finales.
Porque Dios respeta la naturaleza autónoma de sus criaturas es que existen el cielo y el infierno.
El cielo y el infierno son la consecuencia lógica de la libertad.
DEUTERONOMIO 30
19 A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas...
Dios no puede forzar a un ser autónomo que lo odia a vivir eternamente en Su presencia y por eso existe un lugar de eterna separación.
La existencia del Infierno es la prueba máxima de que Dios respeta la decisión del ser humano hasta las últimas consecuencias.
El determinista piensa: "Si Dios deja libre al hombre, el plan puede fallar".
Pero esto no tiene en cuenta al segundo hombre y nuevo Adán.
El plan de Dios nunca fue el depender de millones que pudieran fallar, sino del Único que no lo haría jamás.
Dios no necesitaba mover los hilos de millones de personas para asegurarse su victoria; solo necesitaba tener la obediencia perfecta de UNO: el Segundo Adán.
Dios aseguró su Soberanía resolviendo el problema eternamente con un solo hombre: JESUCRISTO.
Hebreos 10:5-7
"Por lo cual, entrando en el mundo dice: ... He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad".
Y al levantar a este Mediador Representante humano obediente hasta la muerte, Dios "ató" el éxito de la historia a Cristo y no a la caída de la humanidad.
Y esto libera a Dios para tener misericordia "de quien Él quiera tener misericordia" (Romanos 9:18), es decir, a los que estén en Cristo, sin que su justicia o su control absoluto se vean comprometidos por la rebelión.