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Génesis 3
22 Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.
23 Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado.

24 Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el amino del árbol de la vida.

La caída cambia el destino del hombre...

El hombre fue creado para vivir pero el pecado le arrebató esa posibilidad.
Así el verdadero problema del hombre se volvió el no poder seguir viviendo.
No fue una condena de tormento, y menos un destierro abstracto.
Fue la pérdida definitiva de la vida.

“El día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).

Dios nunca amenazó a Adán con el infierno o con torturas eternas, sino con la misma muerte.

Y esa muerte aunque fue inmediata en sentencia, fue progresiva en ejecución porque Dios ya tenía pensada la salvación y buscaba una descenencia a la que salvar.

Pero en realidad, lo que Adán había perdido, y con él toda su descendencia, era la posibilidad de vivir.
Había perdido el derecho a vivir por siempre.

Y es así como por su PECADO entró la MUERTE a la humanidad.


¿Y por qué esa sentencia de muerte era definitiva?

Porque la ley original era muy clara y sin cláusulas: “Si haces esto, mueres”.
Y no decía nada más.
No había lugar para apelación, no había una cláusula de gracia dentro del mandamiento.
La pena no era negociable. No importaba si Adán se arrepentía.
La ley no preveía misericordia.
Por eso Pablo dirá más tarde que la ley “fue dada para condenación”, no para salvación (2 Corintios 3:9).

La perdición del hombre, en su sentido más literal y bíblico, era la imposibilidad absoluta de seguir viviendo.

Y de la misma forma que una sentencia judicial de muerte termina con la vida del condenado, el mandato de Dios selló el destino del hombre:


1. Mandato explícito de vida o muerte

Génesis 2:17: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.”
Este “ciertamente morirás” no dejaba espacio a cláusulas de arrepentimiento, reparación o segundas oportunidades.
Era una pena única e inapelable: Desobediencia = muerte.


2. Ejecución de la pena sin posibilidad de anulación

Cuando Adán infringió la orden, quedó condenado sin alternativa: ocultarse y arrepentirse no revertía la sentencia.
Dios lo expulsó del huerto: “¿Quién te dijo que estabas desnudo?” y “echa al hombre” (Génesis 3:11‑24).
No había cláusula de misericordia ni fórmula de sacrificio para devolverle la posición original.

3. Ley sin cláusulas de gracia

El sistema legal dado a Adán era un mandato único y cerrado.
A diferencia de los sacrificios posteriores del tabernáculo, donde el pecado se cubría temporalmente, en el huerto no existía ningún rito ni provisión para restaurar la vida.
El hombre quedó, por tanto, totalmente a merced de la muerte.
Ante esta condena irrevocable, la única esperanza residía en la voluntad soberana de Dios de introducir un camino aparte de la Ley.

Y así es como surge la GRACIA.
 
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