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La doctrina de la inmortalidad inherente del alma surge de la filosofía griega, específicamente del platonismo.

Es la idea falsa de que el ser humano tiene una parte que no puede morir y que es eterna por naturaleza.

La atribuye al alma una cualidad divina exclusiva, la inmortalidad, volviéndola indestructible y que puede sobrevivir por sí misma.

Algo que es completamente falso e insostenible.

La ortodoxia cristiana, influenciada por siglos de tradición, enseña que el ser humano está compuesto de una parte mortal, el cuerpo, y una parte inmortal, el alma.

Se cree que el alma es una "chispa eterna" que no puede ser apagada ni por la muerte ni por Dios.
En la práctica, esto convierte al ser humano en un "dios pequeño" que aunque tuvo un principio no puede tener fin.

Platón, en su obra Fedón, argumentó que el alma es simple, divina e indestructible, y que el cuerpo es su cárcel.

Los "Padres de la Iglesia", como Tertuliano y Agustín, importaron este concepto griego para hacer al cristianismo "respetable" ante los intelectuales de la época.

Sin embargo fue la serpiente en el Edén, la primera en introducir esta doctrina que contradijo completamente a Dios: "No moriréis" (Génesis 3:4).

Dios les había dicho: "Dejarán de ser" pero la serpiente les dijo que simplemente cambiarían de estado: "Serán como Dios".

La doctrina del alma inmortal es la repetición dogmática de la mentira de Génesis 3:4.

La Biblia es tajante:
La inmortalidad no es una posesión humana sino un atributo exclusivo de la Deidad.

Génesis 2:7 no dice que Dios "metió" un alma inmortal dentro de un cuerpo.

La ecuación es: Cuerpo + Aliento = Alma.

No tienes un alma; eres un alma.
Si quitas el aliento divino, el alma no "sale"; el alma deja de ser.
 
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