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“Y por el pecado entró la muerte” (Romanos 5:12).

La Biblia no presenta al pecado como una falla menor ni a la muerte como una metáfora.
El verdadero problema del hombre es legal y terminal: ha sido sentenciado a morir. No a sufrir. No a corregirse. A morir.
Y lo más grave es que esa muerte fue dictada bajo un sistema que no contemplaba ningún tipo de perdón.

1. Una ley sin cláusula de arrepentimiento

“El día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).

Dios no ofreció condiciones para el perdón.
El mandato era sencillo, directo, y fatal.
Y el castigo no era una posibilidad, era una certeza jurídica:

“Ciertamente morirás”.

Esto significa que, una vez desobedecido, el veredicto estaba sellado.
No había apelación.
No había arrepentimiento posible que cambiara la ejecución de la pena.

El perdón no podía ser considerado porque no había cómo deshacer lo ocurrido.
El daño era irreversible.

2. Una transformación incompatible con la vida

El pecado no fue solo una transgresión, fue una alteración del ser.
El hombre adquirió un conocimiento prohibido, una sabiduría que no le correspondía, y con ello una corrupción moral irreversible.

“He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal…” (Génesis 3:22).

No fue un error, fue un desafío consciente.
No fue ignorancia, fue rebelión con entendimiento.

“La mujer fue engañada… pero Adán no fue engañado” (1 Timoteo 2:14).
Adán sabía lo que hacía y lo hizo igual.

Con esa conciencia, se colocó fuera del propósito de su Creador.
No fue solo que violó un mandato, se convirtió en otro ser, incompatible con la vida que Dios le había dado.

3. La sentencia: muerte sin redención

“Porque el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4).
“Y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15).

La muerte no es una medida disciplinaria.
Es la ejecución de una justicia sin retorno.

La muerte destruye al ser viviente; elimina la vida que fue dada; apaga el alma que fue encendida.

El soplo se retira, y el hombre vuelve al polvo (Génesis 3:19).
El alma no sobrevive: fue formada por la unión de carne y soplo (Génesis 2:7), y sin esa unión, deja de ser.

4. ¿Por qué no había misericordia?

Porque no era posible reparar al hombre.
No era posible “volverlo atrás”.

La corrupción no podía deshacerse.

Dios no ofreció perdón porque el perdón no cambia la naturaleza de las cosas.
Aunque Dios perdonara a Adán, seguiría siendo un hombre dañado, contaminado, alterado.

Para que hubiera salvación, debía haber un hombre nuevo.
Para que hubiera vida eterna, debía haber una nueva creación.

5. La ley mata. La gracia resucita.

“Porque la letra mata, mas el espíritu vivifica” (2 Corintios 3:6).

El sistema legal que regía al hombre solo podía dictarle la muerte.
No tenía otro poder.

“La ley obra ira” (Romanos 4:15).
“Por la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).
“La ley fue añadida a causa de las transgresiones” (Gálatas 3:19).

Pero Dios no abandonó su creación.
El perdón debió venir de otro sistema:
un pacto nuevo, un juicio nuevo, una vida nueva.
No por obras, sino por gracia.
Y para eso, Cristo debió morir.

Conclusión:

El problema del hombre es la pérdida irreversible de la vida.
Y la muerte, en el sistema original, era una sentencia sin retorno.
El perdón no estaba tipificado. La misericordia no estaba considerada.
El pecado convirtió al hombre en un ser irrecuperable bajo ley.
Solo una nueva creación en Cristo puede ofrecer una salida.

“Porque si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
 
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