La revelación bíblica enseña con claridad que el pecado no es simplemente una acción externa o una inclinación moral torcida, sino una condición heredada que conlleva una sentencia inapelable: La muerte.
Esta muerte no es simplemente la cesación biológica, sino una desconexión real y definitiva de la fuente de la vida: Dios mismo.
No es una consecuencia natural de la existencia en carne, ni un castigo arbitrario, sino una declaración judicial de parte del Creador ante la corrupción introducida en su creación.
1. El pecado como transgresión con consecuencias jurídicas
"El alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:4).
Esta sentencia no se expresa como una posibilidad sino como una declaración absoluta.
La muerte no es una amenaza sino una ejecución: el hombre fue creado para vivir, pero al adquirir una ciencia vedada (Génesis 3:22), desobedeciendo el mandato divino, fue sentenciado a morir.
Adán fue advertido con claridad: "el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Génesis 2:17).
Y tras la transgresión, la sentencia fue pronunciada: "polvo eres, y al polvo volverás" (Génesis 3:19).
La muerte fue un decreto legal, pronunciado por el Legislador justo, como consecuencia de una rebelíon.
2. La herencia de la sentencia: todos mueren porque todos pecaron en Adán
"Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12).
Aquí el apóstol Pablo no dice que todos mueren porque todos son corruptos, sino porque todos pecaron. Y este "todos pecaron" no se refiere primariamente a los actos personales de pecado, sino a una participación federal en la transgresión de Adán. El pecado y la muerte entraron por un hombre y se transmitieron a toda su descendencia como herencia judicial y ontológica.
3. El problema no es solo la corrupción, sino la sentencia ineludible
El calvinismo ha insistido correctamente en que la corrupción humana es profunda y abarcadora, pero yerra al centrar el problema soteriológico exclusivamente en la incapacidad moral del hombre. El verdadero punto de no retorno no es simplemente la depravación del viejo hombre, sino que toda su existencia está bajo una sentencia de muerte dictada por Dios mismo.
Esto significa que ningún intento de reforma o rehabilitación del hombre viejo puede tener éxito. No se trata de reparar lo dañado, sino de sustituir lo condenado. El viejo hombre no es materia de mejora, sino de muerte.
4. Jesucristo y la naturaleza de la redención
Jesucristo no vino para evitar la muerte del hombre, sino para permitir su resurrección tras haber muerto. El propósito de su obra no fue anular la sentencia divina (lo cual habría sido una injusticia), sino cumplirla en su propia carne santa, sin pecado.
"Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Romanos 8:3).
La carne de Cristo no era carne pecaminosa, sino semejante. Él fue hecho hombre nuevo, sin corrupción, para morir no por su propia culpa, sino como sustituto del hombre viejo. "A él que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado" (2 Corintios 5:21).
5. La solución de Dios: un hombre nuevo, no una carne des-corrompida
La gracia no reforma al viejo Adán, lo crucifica.
La regeneración no consiste en sanar lo dañado sino en implantar al creyente en otro hombre: "así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante" (1 Corintios 15:45).
Dios no elige a quiénes va a des-corromper, sino que ofrece vida nueva a todos en un solo Hombre perfecto, nacido del cielo y no de la carne de Adán. "El segundo hombre es del cielo" (1 Corintios 15:47).
6. Conclusión: morir para poder vivir
La muerte no se puede evitar.
Todos los hombres deben morir porque todos pecaron en Adán.
Pero en Cristo, esa muerte deja de ser el fin.
El evangelio no es que se nos exime de la pena, sino que otro la asumió para que nosotros podamos resucitar en nueva vida.
El perdón es real, pero solo tras el cumplimiento de la justicia.
Por eso, como declara Romanos 6:6-8: "Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él... y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él".
Solo en un nuevo Hombre hay esperanza. Solo muriendo con él, vivimos verdaderamente.
Esta muerte no es simplemente la cesación biológica, sino una desconexión real y definitiva de la fuente de la vida: Dios mismo.
No es una consecuencia natural de la existencia en carne, ni un castigo arbitrario, sino una declaración judicial de parte del Creador ante la corrupción introducida en su creación.
1. El pecado como transgresión con consecuencias jurídicas
"El alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:4).
Esta sentencia no se expresa como una posibilidad sino como una declaración absoluta.
La muerte no es una amenaza sino una ejecución: el hombre fue creado para vivir, pero al adquirir una ciencia vedada (Génesis 3:22), desobedeciendo el mandato divino, fue sentenciado a morir.
Adán fue advertido con claridad: "el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Génesis 2:17).
Y tras la transgresión, la sentencia fue pronunciada: "polvo eres, y al polvo volverás" (Génesis 3:19).
La muerte fue un decreto legal, pronunciado por el Legislador justo, como consecuencia de una rebelíon.
2. La herencia de la sentencia: todos mueren porque todos pecaron en Adán
"Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12).
Aquí el apóstol Pablo no dice que todos mueren porque todos son corruptos, sino porque todos pecaron. Y este "todos pecaron" no se refiere primariamente a los actos personales de pecado, sino a una participación federal en la transgresión de Adán. El pecado y la muerte entraron por un hombre y se transmitieron a toda su descendencia como herencia judicial y ontológica.
3. El problema no es solo la corrupción, sino la sentencia ineludible
El calvinismo ha insistido correctamente en que la corrupción humana es profunda y abarcadora, pero yerra al centrar el problema soteriológico exclusivamente en la incapacidad moral del hombre. El verdadero punto de no retorno no es simplemente la depravación del viejo hombre, sino que toda su existencia está bajo una sentencia de muerte dictada por Dios mismo.
Esto significa que ningún intento de reforma o rehabilitación del hombre viejo puede tener éxito. No se trata de reparar lo dañado, sino de sustituir lo condenado. El viejo hombre no es materia de mejora, sino de muerte.
4. Jesucristo y la naturaleza de la redención
Jesucristo no vino para evitar la muerte del hombre, sino para permitir su resurrección tras haber muerto. El propósito de su obra no fue anular la sentencia divina (lo cual habría sido una injusticia), sino cumplirla en su propia carne santa, sin pecado.
"Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Romanos 8:3).
La carne de Cristo no era carne pecaminosa, sino semejante. Él fue hecho hombre nuevo, sin corrupción, para morir no por su propia culpa, sino como sustituto del hombre viejo. "A él que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado" (2 Corintios 5:21).
5. La solución de Dios: un hombre nuevo, no una carne des-corrompida
La gracia no reforma al viejo Adán, lo crucifica.
La regeneración no consiste en sanar lo dañado sino en implantar al creyente en otro hombre: "así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante" (1 Corintios 15:45).
Dios no elige a quiénes va a des-corromper, sino que ofrece vida nueva a todos en un solo Hombre perfecto, nacido del cielo y no de la carne de Adán. "El segundo hombre es del cielo" (1 Corintios 15:47).
6. Conclusión: morir para poder vivir
La muerte no se puede evitar.
Todos los hombres deben morir porque todos pecaron en Adán.
Pero en Cristo, esa muerte deja de ser el fin.
El evangelio no es que se nos exime de la pena, sino que otro la asumió para que nosotros podamos resucitar en nueva vida.
El perdón es real, pero solo tras el cumplimiento de la justicia.
Por eso, como declara Romanos 6:6-8: "Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él... y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él".
Solo en un nuevo Hombre hay esperanza. Solo muriendo con él, vivimos verdaderamente.