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La creación del hombre revela una maravilla singular y fundamental en la narrativa bíblica: el libre albedrío o la capacidad de elección responsable.

En Génesis 2:16-17, Dios expresa claramente esta responsabilidad humana:
"Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás"
.

Aquí vemos que el libre albedrío es otorgado con un marco definido por Dios, estableciendo límites claros y responsabilidades explícitas.


El pecado original del hombre, narrado en Génesis 3, no fue consecuencia directa del libre albedrío, sino del mal uso del mismo, es decir, de la desobediencia humana. Cuando el hombre hace mal uso de su capacidad de elección, introduce corrupción en su carne y afecta seriamente su capacidad para elegir correctamente (Romanos 7:18-19). A pesar de esto, la solución divina no fue eliminar o restringir esta capacidad de elección, sino crear un "nuevo hombre" capaz de ejercerla perfectamente en obediencia (Efesios 4:24).

Es crucial aclarar que la muerte no es consecuencia del libre albedrío en sí mismo, sino del acto de desobediencia (Romanos 6:23). La solución divina implica la venida del Verbo hecho carne, Jesucristo, quien vino en carne para triunfar en condiciones plenamente humanas (Juan 1:14, Filipenses 2:6-8). Jesús nació bajo la ley (Gálatas 4:4) precisamente para cumplirla perfectamente desde la condición humana, restaurando así la justicia y la obediencia originales (Romanos 5:19).

La Reforma protestante tradicionalmente se ha mostrado crítica y hasta opuesta al libre albedrío, particularmente bajo la influencia del calvinismo. El calvinismo, especialmente desde Juan Calvino, sostiene que el libre albedrío humano quedó totalmente destruido tras la caída, y que la salvación depende exclusivamente de la elección soberana y unilateral de Dios, descartando cualquier participación voluntaria humana significativa. Por otro lado, el arminianismo, aunque defiende el libre albedrío, lo ubica principalmente en la capacidad del viejo hombre para responder a Dios, sin enfatizar suficientemente la necesidad de una nueva creación que restaure plenamente esta capacidad.

Ambas doctrinas, aunque distintas, centran erróneamente su atención en el "viejo hombre" (Efesios 4:22), en lugar de enfocarse en la solución radical y definitiva que es el "nuevo hombre" creado en Cristo Jesús. Dios no resuelve el problema del pecado anulando el libre albedrío, sino perfeccionándolo en la persona y obra del segundo Adán (1 Corintios 15:45-47), Jesucristo, cuyo perfecto uso del libre albedrío abre el camino para una humanidad renovada.

En conclusión, el libre albedrío es una característica fundamental y valiosa en la creación divina del hombre. Aunque afectado por el pecado y la corrupción, no fue eliminado por Dios, sino restaurado en la nueva humanidad encabezada por Cristo, quien, en su obediencia perfecta bajo condiciones plenamente humanas, logró vencer el pecado y la muerte, estableciendo un modelo definitivo para todos los que creen en él.





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