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El juicio de muerte cumplido en la cruz​

La cruz de Cristo no es simplemente un acto de amor, ni una escena conmovedora de sacrificio personal.
Es el lugar del juicio, el tribunal donde Dios ejecuta la sentencia pronunciada desde el principio:

"el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Génesis 2:17).

1. La cruz como cumplimiento legal​

Dios no revocó su palabra ni suavizó su justicia.
La muerte debía cumplirse.
No bastaba con castigar simbólicamente, ni era posible anular la sentencia sin corromper la santidad del Juez.

Cristo, entonces, asume ese juicio real.
No lo evita, lo enfrenta.
Y lo hace en carne, porque era la carne la que debía morir.

"Cristo padeció por nosotros en la carne" (1 Pedro 4:1).

2. La muerte de Cristo no es reemplazo, sino ejecución​

Jesús no muere en vez de la humanidad.
Muere por ella, como ella.

"Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él" (Romanos 6:6).

La cruz no es una transacción externa, sino la ejecución legal de toda la humanidad vieja en un solo cuerpo puro.

"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado" (2 Corintios 5:21).

3. En la cruz se cierra el juicio de la Ley​

El juicio según obras y bajo la ley es real, justo y fatal. Todos fueron hallados culpables. Pero en Cristo, ese juicio se cumple.
Por eso dice:

"Consumado es" (Juan 19:30).
"Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (Hebreos 10:14).

Ya no queda juicio por obras para el que muere en Cristo.
La Ley se cumple.
El pecado se paga.
La sentencia se ejecuta.

4. La cruz como punto de partida​

La cruz no es solo el fin del juicio: es el inicio de la nueva creación.
Muerto el viejo hombre, nace el nuevo.

"Si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2 Corintios 5:17).

El juicio de muerte fue real, justo y necesario. Y solo por haberse cumplido Dios puede ofrecernos la vida eterna sin corromper su justicia.

La cruz no nos salvó de morir.
Cumplió nuestra muerte.
Y por eso, ahora podemos vivir.