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La narrativa del diluvio universal, contenida en Génesis 6 al 9, constituye un hito fundamental en la comprensión del juicio de Dios sobre la carne corrompida, así como del principio de esperanza que sostiene su acción redentora a lo largo de la historia. Este episodio no solo narra una catástrofe global, sino que revela el drama profundo de una humanidad condenada a muerte, y de un Dios que, a pesar de ello, decide preservar una línea de promesa.

La sentencia universal: la carne debe morir


"Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente al mal" (Génesis 6:5).

La corrupción heredada desde Adán se había extendido de tal forma que toda carne estaba corrompida. La santidad y la justicia de Dios no podían tolerar indefinidamente aquella degeneración. La sentencia era clara: la muerte es el único final posible para la carne corrompida. El diluvio no fue un acto arbitrario, sino la aplicación justa de una sentencia sobre una humanidad vendida al pecado.

"Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado... porque me arrepiento de haberlos hecho" (Génesis 6:7).

Noé y la preservación de la esperanza


Sin embargo, "Noé halló gracia ante los ojos de Jehová" (Génesis 6:8). Noé no era sin pecado. Noé era parte de la misma humanidad corrompida, y como tal, también habría debido perecer. Pero Dios necesitaba preservar la esperanza de una redención futura. La destrucción total de la humanidad habría extinguido no solo el pecado, sino también toda posibilidad de cumplimiento de sus promesas.

El arca, entonces, es el instrumento de preservación: no de la justicia perfecta, sino de una línea que permitiría la futura manifestación del justo. El pecado fue "ahogado", pero también fue conservado. La carne corrompida pasó por las aguas, y con ella, la necesidad de un redentor sin mancha.

El tipo de Cristo: muerte, arca y resurrección


Noé fue justo en su generación, pero no era sin pecado. No podía morir por otros ni redimir. Noé fue preservado del juicio por gracia, pero no venció el juicio. En cambio, Cristo no solo es justo, sino sin pecado. No necesita ser preservado del juicio, porque puede enfrentarlo y vencerlo:

"Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu" (1 Pedro 3:18).

Cristo no sobrevive al juicio con pecado, sino que muere en obediencia y resucita en gloria. En él, la esperanza no es conservada flotando sobre las aguas, sino resucitada de entre los muertos.

El bautismo: el segundo diluvio universal


Pedro traza una línea directa entre el diluvio y el bautismo cristiano:

"El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva... como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios" (1 Pedro 3:21).

El bautismo es un nuevo diluvio, pero esta vez voluntario. Ya no es Dios quien extermina por la fuerza, sino el creyente quien se entrega a la muerte del viejo hombre para ser resucitado como nueva criatura en Cristo. El diluvio fue juicio con promesa; el bautismo es promesa cumplida con juicio incluido.

Conclusión

El diluvio universal enseña que solo la muerte puede quitar el pecado, pero también que la gracia preserva la esperanza hasta que el justo aparezca. Noé sobrevive con pecado; Cristo muere sin pecado. En Noé, el pecado sigue presente; en Cristo, el pecado es quitado. El arca preservó la carne; la cruz la crucifica. El diluvio fue una sombra; el bautismo, su cumplimiento.

"Y vio Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra" (Génesis 6:12).
Pero también vio a su Hijo morir sin pecado, y lo resucitó para que en él, la carne corrupta tuviera esperanza de nueva vida.
 
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