Salmo51

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Desde sus orígenes, el arminianismo se presenta como una reacción al calvinismo. Pero en lugar de corregir sus errores desde la justicia de Dios, el arminianismo cometió un error aún más grave: intentó preservar la dignidad y libertad del hombre a expensas de la autoridad del Señor y la eficacia de su cruz.

En vez de ver al hombre como un muerto condenado —sin derechos, sin esperanza y sin posibilidad legal de apelación— el arminianismo lo presenta como un agente libre que aún tiene en sus manos su destino eterno.

Sostienen que:

  • Dios elige para salvación a quienes prevé que creerán.
  • Cristo murió por todos, pero no salvó a nadie sin su permiso.
  • El llamado de Dios puede ser resistido eficazmente.
  • La voluntad del hombre coopera con la gracia para obtener salvación.
  • La salvación puede perderse si el hombre deja de creer.
Este sistema, que aparenta ser más justo o razonable, termina siendo una negación absoluta del juicio de Dios y una humillación al señorío de Cristo:
  • Niega la muerte real del hombre al afirmar que aún puede responder válidamente antes de ser vivificado.
  • Desconoce el valor legal de la cruz, convirtiéndola en una propuesta sujeta a aceptación.
  • Deshonra la gracia, al volverla dependiente de la voluntad del pecador.
  • Debilita al Redentor, al transformarlo en un oferente en lugar de un Señor que compra lo que la ley había matado.

La verdad bíblica es clara: Dios mató al viejo hombre según su justicia, y el Hijo lo resucita según su potestad redentora. No hay libertad en el sepulcro. No hay cooperación desde la muerte. No hay méritos que rescaten a quien fue condenado por la Ley.

El arminianismo, al querer proteger el libre albedrío, termina inventando un dios que no reina, sino que negocia. Un Cristo que no redime, sino que ofrece. Una gracia que no actúa, sino que espera consentimiento.

Pero la Escritura enseña:

  • Dios no suplica: decreta.
  • Cristo no pide permiso: paga el precio.
  • La gracia no persuade: vivifica.
  • El hombre no colabora: es resucitado.
El núcleo del error arminiano es su negación del juicio divino sobre el hombre. Afirman que Dios eligió a los que vio que creerían, pero eso no es elección: es validación de una decisión humana. Y si Dios sólo elige a quienes previó que le responderían, ya no salva a los muertos, sino a los aptos. Eso es anatema.

La cruz fue un acto unilateral, real, definitivo. No fue una invitación, sino una compra legal de esclavos muertos que fueron condenados por la Ley del Padre, y resucitados por el poder del Hijo.

Por eso, esta serie se propone derribar el arminianismo desde su raíz: mostrando que no honra a Cristo, no proclama su autoridad, y no entiende la muerte verdadera del hombre. Es un sistema que, al igual que el calvinismo, termina traicionando la cruz: uno al negar su universalidad; el otro, al condicionarla al consentimiento del muerto.

La cruz no fue una posibilidad ofrecida: fue un decreto ejecutado por el Cordero que venció la muerte.
 
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