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¿De dónde surge el matrimonio según la Biblia?
La primera enseñanza bíblica sobre el matrimonio se encuentra en Génesis 2:24
“Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
Pero si observamos bien aquel "por tanto" de Génesis 2:24 es una clave exegética fundamental.
No es un adorno literario sino que indica que lo que se va a decir deriva directamente de lo anterior.
Así que para entender por qué se instituye el matrimonio, tenemos que mirar qué lo motiva y qué lo fundamenta en el relato bíblico.
Cuando fue creado, el hombre estaba solo y entonces Dios declaró:
Unidad ontológica y partición relacional:
La creación de la mujer como revelación del diseño divino
El relato de Génesis 2 no describe simplemente la creación de una “pareja”, sino una revelación sobre la naturaleza del ser humano en relación.
Allí no hay dos seres distintos creados por separado, sino una sola entidad viviente (Adán) que es divinamente dividida para formar una unión complementaria.
La mujer no es formada del polvo, ni recibe aliento divino por separado.
Es edificada (hebr. banáh) a partir de una porción viva del hombre ya creado. Esto implica que no son dos seres humanos surgidos de fuentes distintas, sino una sola humanidad, originalmente unitaria, diferenciada por designio divino.
Si Dios hubiera creado a la mujer como lo hizo con el varón —es decir, del polvo de la tierra y mediante un soplo independiente de vida—, tendríamos en el texto dos seres humanos autónomos, de origen paralelo pero separado. Sin embargo, lo que vemos es una partición relacional:
Esto no implica subordinación, sino unidad de esencia. Eva no es una especie complementaria al hombre, sino su misma especie diferenciada sexualmente: “carne de mi carne” (Gén. 2:23). La humanidad no fue creada como individuos aislados, sino como una sola entidad destinada a expresarse en comunión.
2. El “por tanto”: el matrimonio como restauración de la unidad original
El texto revela que el matrimonio no surge como una solución cultural o afectiva, sino como una restauración sacramental de la unidad ontológica original. La unión conyugal no une dos especies, ni siquiera dos naturalezas paralelas, sino que reintegra la única humanidad dividida por propósito.
Es decir:
El mandato de reproducirse no fue dado al varón solo ni a la mujer sola, sino a la unidad de los dos, a la pareja como “una sola carne”. La fecundidad no es posible en la división, sino en la reintegración relacional.
Esto habla de una dimensión teológica profunda: la vida solo fluye cuando hay unión según el diseño divino. El matrimonio no es una opción, sino una figura viva de la integridad perdida y la restauración querida por Dios.
La mujer no recibe un nuevo soplo. Su vida procede de la vida ya soplada. Esto establece una cadena vital no basada en replicación creativa, sino en transmisión de vida a partir de un origen común:
La primera enseñanza bíblica sobre el matrimonio se encuentra en Génesis 2:24
“Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
Pero si observamos bien aquel "por tanto" de Génesis 2:24 es una clave exegética fundamental.
No es un adorno literario sino que indica que lo que se va a decir deriva directamente de lo anterior.
Así que para entender por qué se instituye el matrimonio, tenemos que mirar qué lo motiva y qué lo fundamenta en el relato bíblico.
Cuando fue creado, el hombre estaba solo y entonces Dios declaró:
Y esta es la única vez que Dios dice que algo no es bueno antes del pecado.Génesis 2:18
“No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.”
Unidad ontológica y partición relacional:
La creación de la mujer como revelación del diseño divino
El relato de Génesis 2 no describe simplemente la creación de una “pareja”, sino una revelación sobre la naturaleza del ser humano en relación.
Allí no hay dos seres distintos creados por separado, sino una sola entidad viviente (Adán) que es divinamente dividida para formar una unión complementaria.
“Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.” (Génesis 2:22)
La mujer no es formada del polvo, ni recibe aliento divino por separado.
Es edificada (hebr. banáh) a partir de una porción viva del hombre ya creado. Esto implica que no son dos seres humanos surgidos de fuentes distintas, sino una sola humanidad, originalmente unitaria, diferenciada por designio divino.
1. Una humanidad única, dividida en dos expresiones complementarias
Si Dios hubiera creado a la mujer como lo hizo con el varón —es decir, del polvo de la tierra y mediante un soplo independiente de vida—, tendríamos en el texto dos seres humanos autónomos, de origen paralelo pero separado. Sin embargo, lo que vemos es una partición relacional:
- El hombre recibe la vida directamente de Dios (Gén. 2:7).
- La mujer recibe su ser a partir del varón, no del polvo.
- No necesita un segundo soplo, porque su vida fluye de la vida del hombre viviente.
Esto no implica subordinación, sino unidad de esencia. Eva no es una especie complementaria al hombre, sino su misma especie diferenciada sexualmente: “carne de mi carne” (Gén. 2:23). La humanidad no fue creada como individuos aislados, sino como una sola entidad destinada a expresarse en comunión.
2. El “por tanto”: el matrimonio como restauración de la unidad original
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” (Gén. 2:24)
El texto revela que el matrimonio no surge como una solución cultural o afectiva, sino como una restauración sacramental de la unidad ontológica original. La unión conyugal no une dos especies, ni siquiera dos naturalezas paralelas, sino que reintegra la única humanidad dividida por propósito.
Es decir:
- El matrimonio no une lo diverso, sino lo dividido.
- No crea algo nuevo, sino que revela algo anterior: la humanidad fue pensada como un ser en comunión.
“Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos…” (Gén. 1:28)
El mandato de reproducirse no fue dado al varón solo ni a la mujer sola, sino a la unidad de los dos, a la pareja como “una sola carne”. La fecundidad no es posible en la división, sino en la reintegración relacional.
- El diseño no admite autosuficiencia sexual.
- La vida humana no puede perpetuarse sin que se restaure la comunión que fue quebrada.
Esto habla de una dimensión teológica profunda: la vida solo fluye cuando hay unión según el diseño divino. El matrimonio no es una opción, sino una figura viva de la integridad perdida y la restauración querida por Dios.
4. El aliento divino fue dado una sola vez: a Adán
“Y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” (Gén. 2:7)
La mujer no recibe un nuevo soplo. Su vida procede de la vida ya soplada. Esto establece una cadena vital no basada en replicación creativa, sino en transmisión de vida a partir de un origen común:
- Adán recibe vida de Dios.
- Eva, vida de Adán.
- Los hijos, vida de ambos.
Conclusión: el diseño de Dios no es individualista, sino comunional
Lo que el texto nos muestra no es simplemente la creación de dos seres humanos distintos, sino la división temporal de una sola carne, con el propósito de una unidad superior en amor, fecundidad y pacto.El matrimonio, entonces, no es una invención cultural ni una solución pragmática, sino una estructura teológica revelada.
Y su diseño no solo apunta al Edén, sino al misterio de Cristo y su Iglesia, donde el Hombre nuevo vuelve a unirse a su esposa, creada de su costado abierto (Juan 19:34; Efesios 5:31–32).