Introducción: Uno de los debates más antiguos y fundamentales en la teología cristiana es el grado y la extensión de la corrupción que afectó al ser humano tras la caída de Adán. ¿Se corrompió el hombre en parte, conservando alguna capacidad natural para agradar a Dios? ¿O fue afectado de forma total, quedando completamente incapacitado? Este dilema ha generado líneas doctrinales muy marcadas, como la depravación total del calvinismo y la inclinación al mal parcial del arminianismo. Sin embargo, ambas se equivocan de foco. El problema no es el grado de corrupción, sino la sentencia de muerte decretada por Dios. La solución, por tanto, no es medir la corrupción para luego repararla, sino sustituir radicalmente al viejo hombre por uno nuevo.
Después de la caída, el testimonio de Dios sobre la humanidad es tajante:
No se trata de una parte del hombre corrompida, ni de que haya una lucha equilibrada entre bien y mal. La afirmación bíblica es absoluta: todo designio, de continuo, solamente el mal. Esta condición no es una exageración emocional sino un diagnóstico divino y judicial.
Los reformadores usaron el término depravación total para referirse a la incapacidad absoluta del hombre de volverse a Dios sin intervención divina. En cierto sentido, esto es verdad. Sin embargo, el calvinismo lo lleva a una conclusión errada: Dios elige unilateralmente a quienes regenerará dentro del mismo viejo linaje humano.
Pero la Escritura nunca presenta al hombre viejo como el sujeto de la regeneración. El viejo hombre está condenado a muerte (Romanos 6:6), y la salvación no consiste en rehabilitarlo, sino en sustituirlo por un hombre nuevo (2 Corintios 5:17).
El apóstol Pablo afirma:
Aquí no se habla de cuánto se ha corrompido el hombre, sino de que cualquier grado de corrupción ya lo descalifica para participar del Reino. Dios no necesita medir cuán profundo ha caído alguien para declararlo inepto: basta con que esté en Adán.
El arminianismo, por otro lado, sostiene que la corrupción es grave pero no total, y que el hombre puede colaborar con Dios si responde positivamente.
Esto también yerra el blanco: la muerte que se decretó tras la caída no es un diagnóstico clínico sino una sentencia penal.
El problema no es solo lo que el hombre es, sino lo que Dios ha dictado sobre él.
No se trata de restaurar a un pecador, sino de ejecutar la sentencia y ofrecerle, en otro Hombre, un nuevo comienzo.
La verdadera solución no es ni des-corromper ni mejorar. La solución es Cristo:
Jesús no fue corrompido ni necesitó ser regenerado.
Fue un hombre nuevo, sin conexión con el viejo linaje, apto para ser nuestra cabeza y sustituirnos en la cruz.
La discusión sobre corrupción total o parcial, aunque relevante, queda subordinada a una verdad mayor: la carne corrompida no puede heredar el Reino.
No importa cuánto haya sido dañada; si está en Adán, está bajo sentencia.
Por eso, la única esperanza no es mejorar la carne, sino morir con Cristo y nacer de nuevo en Él.
Esa es la sustitución real y la nueva creación que la Escritura enseña de principio a fin.
1. La corrupción: ¿una cuestión de grado o de origen?
Después de la caída, el testimonio de Dios sobre la humanidad es tajante:
"Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Génesis 6:5).
No se trata de una parte del hombre corrompida, ni de que haya una lucha equilibrada entre bien y mal. La afirmación bíblica es absoluta: todo designio, de continuo, solamente el mal. Esta condición no es una exageración emocional sino un diagnóstico divino y judicial.
2. ¿Depravación total?
Los reformadores usaron el término depravación total para referirse a la incapacidad absoluta del hombre de volverse a Dios sin intervención divina. En cierto sentido, esto es verdad. Sin embargo, el calvinismo lo lleva a una conclusión errada: Dios elige unilateralmente a quienes regenerará dentro del mismo viejo linaje humano.
Pero la Escritura nunca presenta al hombre viejo como el sujeto de la regeneración. El viejo hombre está condenado a muerte (Romanos 6:6), y la salvación no consiste en rehabilitarlo, sino en sustituirlo por un hombre nuevo (2 Corintios 5:17).
3. El punto no es la cantidad de corrupción sino su incompatibilidad
El apóstol Pablo afirma:
"La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción" (1 Corintios 15:50).
Aquí no se habla de cuánto se ha corrompido el hombre, sino de que cualquier grado de corrupción ya lo descalifica para participar del Reino. Dios no necesita medir cuán profundo ha caído alguien para declararlo inepto: basta con que esté en Adán.
4. El error de intentar “des-corromper” al hombre
El arminianismo, por otro lado, sostiene que la corrupción es grave pero no total, y que el hombre puede colaborar con Dios si responde positivamente.
Esto también yerra el blanco: la muerte que se decretó tras la caída no es un diagnóstico clínico sino una sentencia penal.
El problema no es solo lo que el hombre es, sino lo que Dios ha dictado sobre él.
"El alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:4).
"El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres" (Romanos 5:12).
No se trata de restaurar a un pecador, sino de ejecutar la sentencia y ofrecerle, en otro Hombre, un nuevo comienzo.
5. La única solución: Un hombre sin corrupción
La verdadera solución no es ni des-corromper ni mejorar. La solución es Cristo:
"El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca" (1 Pedro 2:22).
"El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios" (Lucas 1:35).
Jesús no fue corrompido ni necesitó ser regenerado.
Fue un hombre nuevo, sin conexión con el viejo linaje, apto para ser nuestra cabeza y sustituirnos en la cruz.
Conclusión:
La discusión sobre corrupción total o parcial, aunque relevante, queda subordinada a una verdad mayor: la carne corrompida no puede heredar el Reino.
No importa cuánto haya sido dañada; si está en Adán, está bajo sentencia.
Por eso, la única esperanza no es mejorar la carne, sino morir con Cristo y nacer de nuevo en Él.
Esa es la sustitución real y la nueva creación que la Escritura enseña de principio a fin.
“Porque si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).