Exégeta

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Introducción: Uno de los debates más antiguos y fundamentales en la teología cristiana es el grado y la extensión de la corrupción que afectó al ser humano tras la caída de Adán. ¿Se corrompió el hombre en parte, conservando alguna capacidad natural para agradar a Dios? ¿O fue afectado de forma total, quedando completamente incapacitado? Este dilema ha generado líneas doctrinales muy marcadas, como la depravación total del calvinismo y la inclinación al mal parcial del arminianismo. Sin embargo, ambas se equivocan de foco. El problema no es el grado de corrupción, sino la sentencia de muerte decretada por Dios. La solución, por tanto, no es medir la corrupción para luego repararla, sino sustituir radicalmente al viejo hombre por uno nuevo.

1. La corrupción: ¿una cuestión de grado o de origen?


Después de la caída, el testimonio de Dios sobre la humanidad es tajante:

"Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Génesis 6:5).

No se trata de una parte del hombre corrompida, ni de que haya una lucha equilibrada entre bien y mal. La afirmación bíblica es absoluta: todo designio, de continuo, solamente el mal. Esta condición no es una exageración emocional sino un diagnóstico divino y judicial.

2. ¿Depravación total?


Los reformadores usaron el término depravación total para referirse a la incapacidad absoluta del hombre de volverse a Dios sin intervención divina. En cierto sentido, esto es verdad. Sin embargo, el calvinismo lo lleva a una conclusión errada: Dios elige unilateralmente a quienes regenerará dentro del mismo viejo linaje humano.

Pero la Escritura nunca presenta al hombre viejo como el sujeto de la regeneración. El viejo hombre está condenado a muerte (Romanos 6:6), y la salvación no consiste en rehabilitarlo, sino en sustituirlo por un hombre nuevo (2 Corintios 5:17).

3. El punto no es la cantidad de corrupción sino su incompatibilidad


El apóstol Pablo afirma:

"La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción" (1 Corintios 15:50).

Aquí no se habla de cuánto se ha corrompido el hombre, sino de que cualquier grado de corrupción ya lo descalifica para participar del Reino. Dios no necesita medir cuán profundo ha caído alguien para declararlo inepto: basta con que esté en Adán.

4. El error de intentar “des-corromper” al hombre


El arminianismo, por otro lado, sostiene que la corrupción es grave pero no total, y que el hombre puede colaborar con Dios si responde positivamente.
Esto también yerra el blanco: la muerte que se decretó tras la caída no es un diagnóstico clínico sino una sentencia penal.
El problema no es solo lo que el hombre es, sino lo que Dios ha dictado sobre él.

"El alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:4).
"El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres" (Romanos 5:12).

No se trata de restaurar a un pecador, sino de ejecutar la sentencia y ofrecerle, en otro Hombre, un nuevo comienzo.

5. La única solución: Un hombre sin corrupción


La verdadera solución no es ni des-corromper ni mejorar. La solución es Cristo:

"El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca" (1 Pedro 2:22).
"El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios" (Lucas 1:35).

Jesús no fue corrompido ni necesitó ser regenerado.
Fue un hombre nuevo, sin conexión con el viejo linaje, apto para ser nuestra cabeza y sustituirnos en la cruz.

Conclusión:


La discusión sobre corrupción total o parcial, aunque relevante, queda subordinada a una verdad mayor: la carne corrompida no puede heredar el Reino.
No importa cuánto haya sido dañada; si está en Adán, está bajo sentencia.
Por eso, la única esperanza no es mejorar la carne, sino morir con Cristo y nacer de nuevo en Él.
Esa es la sustitución real y la nueva creación que la Escritura enseña de principio a fin.

“Porque si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
 
Uno de los grandes debates teológicos gira en torno al grado de corrupción que afecta al ser humano después de la caída.

¿Está el hombre completamente incapacitado para hacer el bien por causa del pecado (depravación total), o conserva alguna capacidad moral o espiritual (depravación parcial)?

La Biblia no aborda este asunto con términos filosóficos, pero presenta un diagnóstico claro: el hombre está muerto a causa del pecado (Efesios 2:1), y la carne, corrompida, no puede agradar a Dios (Romanos 8:8).

La doctrina calvinista sostiene que el hombre está totalmente depravado: su voluntad, afectos y razón están radicalmente corrompidos.
Sin embargo, el error de esta doctrina está en cómo concluye su argumento: propone que la solución de Dios es regenerar soberanamente a algunos hombres sin que medie su voluntad.

En este modelo, Dios transforma el corazón de ciertos pecadores para que crean y obedezcan, pero todo esto dentro del marco del viejo hombre, como si Dios lo reconfigurara desde dentro.

La Escritura, en cambio, revela que la carne corrompida no puede ser reformada ni rehabilitada.

En Juan 3:6 Jesús dice: "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Es una distinción ontológica: no se trata de grados de corrupción sino de naturaleza. La carne corrupta no puede heredar el reino de Dios (1 Corintios 15:50), por lo tanto, el problema no es cuánto de bueno o malo quedó en el viejo hombre, sino que está bajo sentencia de muerte y esta sentencia es inservible para la justicia de Dios.

El arminianismo, por otro lado, aunque rechaza el determinismo calvinista, también centra su propuesta en una capacidad remanente del viejo hombre para creer y elegir a Dios. Pero tanto una como otra postura fracasan en comprender la solución radical de Dios: Crear un hombre nuevo.

El mensaje bíblico no es que Dios mejore o ilumine lo que quedó bueno en el hombre, sino que lo crucifica con Cristo y crea una nueva criatura (Gálatas 6:15). El problema no es cuán depravado está el hombre viejo, sino que no sirve para el propósito divino. Dios no discute grados de corrupción; simplemente da por sentenciado todo lo nacido de la carne y establece una nueva humanidad en Cristo.

En conclusión, el debate sobre la corrupción total o parcial queda superado por el hecho contundente de que Dios no salva al hombre viejo en ningún grado, sino que introduce una sustitución real. El Verbo se hizo carne no para corregir al viejo hombre, sino para reemplazarlo. La carne de Jesús no estaba corrompida; fue creada santa, obediente y sin pecado. En ella, Dios inicia una nueva humanidad, que nace no de la carne ni de la sangre, sino del Espíritu.


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