Salmo51

Administrador
El punto más fuerte del calvinismo es que la salvación no depende en absoluto de nosotros, sino que es un regalo del cielo que proviene enteramente de Dios.

Y como la mayoría de los que se acercan a Dios no está conforme con la vida que lleva, este mensaje les asegura una audiencia muy motivada a escuchar lo que se les está diciendo.

Mucho más cuando, además, se les afirma que nadie puede buscar a Dios, y que si alguien lo hace, es porque Él mismo lo atrajo.

Ahora bien, para justificar la necesidad de una salvación totalmente divina, les es necesario anular completamente al hombre, y es allí donde surge la famosa Depravación Total: una suerte de condición comparable a la misma muerte física, una "muerte espiritual", en donde al pecador no le interesa Dios en lo absoluto. Ni puede interesarle.

¿Y dónde está el problema con esta predicación?
La realidad es que esta explicación está completamente errada.

No necesitaban inventar la Depravación Total para justificar que nuestra salvación debía venir enteramente de Dios.
Dejemos en claro desde el principio que creemos en una salvación absolutamente monergista. (Provisionistas y arminianos, no tienen que dejar de leer).

El problema, en realidad, radica en que el pecado de Adán y Eva causó en ellos dos terribles consecuencias: primero, una corrupción inaceptable ante la santidad y justicia divinas; y segundo, la decisión del mismo Creador de que, en ese estado, el hombre no podría vivir para siempre. Y por eso nacemos con una expectativa de vida limitada. Nacemos mortales.

Por lo tanto, la corrupción humana heredada es solo uno de los dos problemas que acarreamos los descendientes de Adán, pero el más importante es que, en nuestro estado natural, no podemos vivir para siempre por sentencia misma de nuestro Creador.

La salvación monergista divina, entonces, encaraba tres desafíos:
Cubrir toda injusticia de cara al pasado, descorromper al hombre, y de cara al futuro, asegurarse su incorruptibilidad perpetua.

Y como cualquiera puede notar, en ninguna de estas tres cosas puede colaborar el hombre.

Tengamos en mente, entonces, estas tres cosas: la sentencia de muerte por nuestro estado inherente de corrupción, nuestra corrupción misma como afrenta a la santidad y justicia divinas y una eternidad en justicia y santidad perfectas.

Génesis 3:22
“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre..., que no alargue su mano, y tome del árbol de la vida, coma, y viva para siempre.”


Romanos 3:23
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios..."


Romanos 5:12
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”

1 Corintios 15:50
“Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.”

1 Corintios 15:53-54
“Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.”

Romanos 7:24
“¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”
 
Descartando completamente el sinergismo

Es necesario que, con total honestidad, todo sinergista reconozca que el mayor obstáculo para que el hombre viva para siempre es el juicio de Dios sobre él.

Debemos aceptar que, si la corrupción hubiera sido solucionable, Dios no nos habría condenado a muerte, y Cristo entonces no habría necesitado venir a morir para cumplir aquella sentencia divina.

La Escritura afirma que Dios no puede ser acusado de injusticia, error ni despropósito alguno.
Los siguientes textos lo expresan claramente:

Job 34:10
“Por tanto, varones de inteligencia, oídme; lejos esté de Dios la impiedad, y del Omnipotente la iniquidad.”


Deuteronomio 32:4
“Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto.”

Romanos 9:14
“¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera.”

Eclesiastés 3:14
“He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios para que delante de él teman los hombres.”


Por eso, cuando Dios le anticipó al hombre que, si comía del árbol prohibido, ciertamente moriría, él ya sabía que esa corrupción era irreparable.
No es que Dios le negó la vida por enojo, ira o movido por una reacción, sino porque aquella corrupción era incompatible con su santidad y justicia perfectas.

Ahora es necesario que entendamos esto:
si Dios perdona al hombre sin satisfacer la justicia, se vuelve un mentiroso, y la serpiente que mintió diciendo “no morirás” se vuelve veraz.

Por esto el viejo hombre debe morir sí o sí, y por eso el Verbo debió venir al mundo en carne para sufrir la muerte, para que nosotros podamos levantarnos de la muerte después de morir.

Algunos especulan que ciertos hombres no murieron, pero esto es falso, porque para Dios todos mueren en Cristo, y esta es la correcta manera de verlo.
Por lo tanto, Enoc y cualquier otro son contados como muertos en Cristo para que puedan obtener el derecho de vivir para siempre.

Números 23:19
“Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”


Romanos 6:6
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido…”


1 Corintios 15:22
“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.”
 
Una de las virtudes del calvinismo ha sido su empeño en construir un sistema teológico lógico y coherente.
Esta disciplina lógica es digna de reconocimiento, y también nosotros podemos aprender de ella al abordar la revelación bíblica.

Consideremos esto: si Cristo es el único camino, entonces todos los hombres, sin excepción, deben morir y resucitar en Él.

La Escritura afirma: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10), por lo tanto, ningún personaje de la historia bíblica, ni Noé, ni Abraham, ni Moisés, ni David, ni María, puede ser hallado justo en sí mismo.
Ellos, al igual que todos, compartían la herencia de Adán y, desde la perspectiva natural, eran injustos.
Sin embargo, Dios los contó como justos por su fe, por lo que Él vio en su hombre interior. (Romanos 7 desarrolla bien esta doble realidad).

Pero miremos más allá:
El hombre pecó y debe morir.
Dios nunca se comprometió a ofrecerle misericordia ni perdón.
Al advertir a Adán y Eva sobre el fruto prohibido, Dios no abrió ninguna puerta a un arrepentimiento que revirtiera la sentencia de muerte.
El mandato fue muy claro y de violarlo, cualquier arrepentiiento, no alteraría el decreto divino: “ciertamente morirás” (Génesis 2:17).

Por eso, cualquier manifestación de gracia, perdón o misericordia tenía que irrumpir fuera del marco de la ley.
Si la gracia anulara la sentencia de muerte antes de su cumplimiento, Dios sería hallado mentiroso, y la palabra de la serpiente (“no morirás”) resultaría verdadera.

La gracia, entonces, no interviene para evitar la muerte, sino para actuar después de que la ley haya cumplido su propósito: cuando la muerte ya ha acontecido.

Así, la gracia no anula la ley, sino que la trasciende.
No nos salva de morir, sino de permanecer en la muerte.
La resurrección es la respuesta legítima de la gracia a una ley plenamente satisfecha: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” (Romanos 6:5).
 
Recuerdan...

Las tres consecuencias del pecado original a resolver por Dios son: la sentencia de muerte, la corrupción y la perseverancia perpetua.

Frente a esto, Dios no puede operar la solución EN nosotros mismos, sino que la va a llevar a cabo EN Cristo.
Se trata de una MEDIACIÓN.

No va a ser el hombre el restaurado, regenerado o resucitado aquí y ahora, sino que todo se va a resolver en la persona del Hijo de Dios hecho hombre.

Jesús, nacido bajo la ley y sujeto a la debilidad humana (Gálatas 4:4), obedeció perfectamente y alcanzó justicia humana mediante sus obras.
Y Él fue el único hombre capaz de satisfacer todas las demandas de la ley divina.
Así, la justificación del hombre ante Dios Padre es obra exclusiva del Hijo.
“Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6).

Y Dios ve al hombre a través de su Hijo: somos aceptos en el Amado, no en nosotros mismos (Efesios 1:6).

No hay justificación posible para nosotros ante el Padre, porque ésta requeriría una justicia por obras que nadie, fuera de Cristo, podía alcanzar y ofrecer.

Jesús vino como hombre a ocupar ese lugar: “Ofrendas y sacrificios no quisiste… he aquí, vengo… para hacer tu voluntad” (Hebreos 10:5-9).

La mediación es absoluta y soberana: el Padre solo trata con el Hijo, y nosotros somos incluidos solo por estar EN Él.

Cristo murió por nosotros, y toda posibilidad de vida eterna está asegurada únicamente por su obediencia perfecta y su justicia.
Nuestra relación es con el Hijo, y nuestra justificación por fe es para con él y no con el Padre.
Para con el Padre no fuimos justificados en ninguna manera sino muertos.
El justificado ante el Padre fue el Hijo.
Nosotros muertos en él.

Así, el evangelio no es una reparación del hombre caído, sino una sustitución y una nueva creación EN Cristo, mediador único entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5).

No hay trato directo del Padre con nosotros, sino sólo a través del Hijo, quien cumple, representa y satisface todas las demandas divinas en nuestro lugar.
 
Volver
Arriba