Todos se perdieron. Sin excepción.
La perdición no es un accidente individual, sino una realidad colectiva decretada por Dios tras la caída de Adán.
Romanos 5:12 lo deja claro:
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”
Este pasaje une dos verdades:
El apóstol Pablo afirma de manera categórica:
“No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles…” (Romanos 3:10–12).
La Biblia no contempla la posibilidad de que haya personas naturalmente “buenas” o “inocentes” que se hayan salvado sin intervención divina. Al contrario, enseña que la humanidad entera está bajo pecado y que todos han sido “concluidos bajo desobediencia” (Romanos 11:32), no por capricho, sino “para tener misericordia de todos”.
Incluso los niños nacen en una naturaleza ya sujeta a la muerte (Salmo 51:5; Job 14:4).
La sentencia de Génesis 2:17 —“ciertamente morirás”— se aplica a todos los nacidos de la carne, porque todos descienden de una carne que ya está condenada.
Por eso Pablo dice:
“en Adán todos mueren” (1 Corintios 15:22).
No hay salvos naturales. No hay seres humanos que hayan escapado del juicio de la Ley por sus propios medios.
La perdición es universal porque la caída fue total.
Esta es precisamente la necesidad de la cruz:
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Romanos 5:6).
En resumen, todos se perdieron. Y es por eso que Cristo vino por todos. Nadie puede ser salvado si no es rescatado de esa condición de pérdida absoluta en Adán. Cristo no vino a ayudar a mejorar, sino a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).
La perdición no es un accidente individual, sino una realidad colectiva decretada por Dios tras la caída de Adán.
Romanos 5:12 lo deja claro:
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”
Este pasaje une dos verdades:
- El pecado de Adán afecta a todos, porque él era la cabeza federal de la humanidad.
- Cada ser humano hereda esa condición y la confirma con su propia desobediencia.
El apóstol Pablo afirma de manera categórica:
“No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles…” (Romanos 3:10–12).
La Biblia no contempla la posibilidad de que haya personas naturalmente “buenas” o “inocentes” que se hayan salvado sin intervención divina. Al contrario, enseña que la humanidad entera está bajo pecado y que todos han sido “concluidos bajo desobediencia” (Romanos 11:32), no por capricho, sino “para tener misericordia de todos”.
Incluso los niños nacen en una naturaleza ya sujeta a la muerte (Salmo 51:5; Job 14:4).
La sentencia de Génesis 2:17 —“ciertamente morirás”— se aplica a todos los nacidos de la carne, porque todos descienden de una carne que ya está condenada.
Por eso Pablo dice:
“en Adán todos mueren” (1 Corintios 15:22).
No hay salvos naturales. No hay seres humanos que hayan escapado del juicio de la Ley por sus propios medios.
La perdición es universal porque la caída fue total.
Esta es precisamente la necesidad de la cruz:
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Romanos 5:6).
En resumen, todos se perdieron. Y es por eso que Cristo vino por todos. Nadie puede ser salvado si no es rescatado de esa condición de pérdida absoluta en Adán. Cristo no vino a ayudar a mejorar, sino a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).