¿Qué es en realidad HOMBRE?
HOMBRE es una FORMA de vida.
Un DISEÑO o MOLDE especial y particular que define, detallada y completamente, una especie determinada.
No se trata de un miembro concreto de dicha especie, sino del nombre mismo del molde.
Para entender mejor lo que estamos diciendo, podemos usar una simple analogía: La de un plano arquitectónico.
El plano de una casa contiene todas las especificaciones, medidas y características que definen a esa casa, pero no es la casa en sí. De la misma manera, este molde "HOMBRE" al que nos referimos sería el "plano" conceptual de lo que es un "ser humano", y cada persona sería una manifestación concreta de ese mismo molde.
Otro ejemplo, quizás más industrial, es el de un molde de acero para inyección de plástico.
Este molde ha sido diseñado y fabricado con una precisión milimétrica, manteniendo en su interior el negativo exacto de la pieza que se desea crear.
Cuando el plástico fundido es inyectado a alta presión, no tiene otra opción que llenar cada cavidad y contorno del molde.
Al enfriarse, la pieza resultante es una réplica perfecta del diseño original.
En esta analogía:
Cuando leemos en Génesis 1:26 aquella declaración «Hagamos al hombre...», Dios se estaba refiriendo a la creación de la especie en sí misma: de su FORMA.
Se trataba de la creación del diseño de este ser, al que llamaríamos «humano», hasta en el más mínimo detalle.
Esto implicaba establecer todas las particularidades que definen a esa especie como tal: sus propiedades, características, limitaciones, responsabilidades y sus sistemas inherentes y automáticos.
Aquí, "Hagamos" no se estaba refiriendo a "crear" un individuo de esa FORMA en particular, como Adán, sino a crear la FORMA en sí misma.
El texto equivaldría a decir:
«Creemos el molde "HOMBRE". Diseñemos su FORMA de manera íntegra y completa, en todos los niveles necesarios, a imagen de nuestra propia FORMA».
Más adelante, en Génesis 2:7, tendremos la primera instanciación de un espécimen particular de esta FORMA humana particular:
«Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra...» .
FORMA y SUSTANCIA:
La FORMA y la SUSTANCIA a formar son cosas tan diferentes como el plástico y el molde de acero.
Ahora, un punto crucial a considerar es que el molde, aunque transfiere su forma a la sustancia, es retirado totalmente al final del proceso. No termina siendo parte del objeto ya formado.
Profundicemos en este punto, porque es de una importancia capital.
El molde no es un ingrediente; es un agente de transformación que se mantiene distinto y separado del objeto que produce.
Su función es impartir un diseño, una FORMA, a una sustancia que no la tiene.
Una vez que la sustancia ha adoptado esa forma y se ha consolidado, la tarea del molde ha terminado.
Es retirado por completo.
Esto nos revela un principio fundamental de la formación: hay una transferencia de diseño, pero no hay una mezcla de sustancias.
Pensemos de nuevo en el molde de acero y el cuchillo de plástico. El molde es duro, pesado, metálico y resistente a altas temperaturas. El cuchillo final es ligero, flexible y se derrite con el calor.
El molde le ha transferido su FORMA, el diseño de "cuchillo", pero ninguna de sus propiedades sustanciales.
La dureza del acero no se "mezcla" con el plástico para hacerlo más duro. Son y permanecen ontológicamente distintos.
El objeto formado es, por tanto, autónomo.
Es 100% la sustancia original (plástico), pero ahora definida por un diseño que le fue impuesto externamente.
Mantengamos este principio en mente, pues será la clave para entender la naturaleza de futuras y más trascendentales formaciones.
Cuando leemos en Génesis que Dios «formó al hombre del polvo de la tierra», nuestra mente suele interpretarlo como un acto puramente místico, una intervención sobrenatural que escapa a toda lógica.
Pero, ¿nos hemos detenido a pensar profundamente en la procedencia de los objetos más complejos que usamos a diario, como un teléfono celular de última generación?
Ese dispositivo que tienes en la mano no fue creado de la nada.
Fue formado, directa y literalmente, de la tierra.
La industria humana extrae de ella metales pesados, procesa arenas para obtener silicio, utiliza cristales de cuarzo y elementos como el germanio. Cada microchip, cada cable y cada componente es el resultado de tomar una sustancia terrenal, amorfa y con una función limitada, para luego darle una FORMA precisa.
Después, siguiendo un diseño maestro, estas piezas se ensamblan hasta formar un todo con una funcionalidad y una «inteligencia» que la sustancia original jamás poseyó por sí misma. Es, literalmente, tierra reorganizada y elevada por el diseño del hombre.
Visto así, el misticismo se desvanece y la pregunta se vuelve inevitable: ¿dónde está el verdadero milagro? ¿Está en la SUSTANCIA, el polvo, la arcilla, el silicio, o en la FORMA, el diseño en la mente del Diseñador que es capaz de transformar un puñado de tierra en un teléfono inteligente?
Jamás subestimemos el poder del diseño, porque el diseño es INTELIGENCIA hecha visible.
Volvamos a esa escena más cotidiana: el cuchillo de plástico y la milanesa.
Imagínese por un momento frente a ese plato. En su mano, un puñado del mismo polvo de plástico con el que se fabricó el cuchillo. Intente cortar. Es un ejercicio fútil, absurdo. La sustancia está ahí, pero es impotente, carece de propósito. Ahora, tome el cuchillo. La SUSTANCIA usada es idéntica, pero ha sido obligada a obedecer una FORMA. Ahora se trata de SUSTANCIA FORMADA. De repente, el filo penetra, separa, divide. La funcionalidad emerge donde antes no había nada; o para ser más precisos, emerge directamente del diseño. Un buen diseño, como un filo bien definido, no es un detalle menor: es la diferencia entre la potencia y la impotencia.
Y aquí es donde la idea explota y se vuelve una revelación. Olvídese del plástico. Forjemos ahora ese mismo cuchillo en aluminio. En acero inoxidable. O tallémoslo en madera, como hacían nuestros antepasados. ¿Qué ocurre? Mientras la FORMA, un mango para sujetar y una hoja con un borde afilado, se preserve, el objeto funcionará. Cortará. La sustancia se vuelve secundaria, casi un vehículo intercambiable para un propósito superior.
Entendamos esto: la sustancia es muda. El plástico no sabe cortar, el acero no sabe cortar. Es la FORMA la que le grita su función al universo. Es el DISEÑO el que impone una inteligencia y un propósito en la materia inerte. Lo que separa a un trozo de mundo de una herramienta capaz de alterarlo no es de lo que está hecho, sino para qué y cómo fue pensado. El milagro no reside en la sustancia a utilizar, sino en la forma que se le dará y en la mente que concibe el diseño.
¿Acaso estamos diciendo que la forma es más importante que la sustancia?
Continúa...
HOMBRE es una FORMA de vida.
Un DISEÑO o MOLDE especial y particular que define, detallada y completamente, una especie determinada.
No se trata de un miembro concreto de dicha especie, sino del nombre mismo del molde.
Para entender mejor lo que estamos diciendo, podemos usar una simple analogía: La de un plano arquitectónico.
El plano de una casa contiene todas las especificaciones, medidas y características que definen a esa casa, pero no es la casa en sí. De la misma manera, este molde "HOMBRE" al que nos referimos sería el "plano" conceptual de lo que es un "ser humano", y cada persona sería una manifestación concreta de ese mismo molde.
Otro ejemplo, quizás más industrial, es el de un molde de acero para inyección de plástico.
Este molde ha sido diseñado y fabricado con una precisión milimétrica, manteniendo en su interior el negativo exacto de la pieza que se desea crear.
Cuando el plástico fundido es inyectado a alta presión, no tiene otra opción que llenar cada cavidad y contorno del molde.
Al enfriarse, la pieza resultante es una réplica perfecta del diseño original.
En esta analogía:
- El molde de acero: Es la FORMA o el PLANO inmutable, preciso y preexistente.
- El plástico: Es la SUSTANCIA a inyectar y ser FORMADA.
- La pieza final: Es una INSTANCIACIÓN particular de esa FORMA; una manifestación concreta, individual y única de la forma original.
Cuando leemos en Génesis 1:26 aquella declaración «Hagamos al hombre...», Dios se estaba refiriendo a la creación de la especie en sí misma: de su FORMA.
Se trataba de la creación del diseño de este ser, al que llamaríamos «humano», hasta en el más mínimo detalle.
Esto implicaba establecer todas las particularidades que definen a esa especie como tal: sus propiedades, características, limitaciones, responsabilidades y sus sistemas inherentes y automáticos.
Aquí, "Hagamos" no se estaba refiriendo a "crear" un individuo de esa FORMA en particular, como Adán, sino a crear la FORMA en sí misma.
El texto equivaldría a decir:
«Creemos el molde "HOMBRE". Diseñemos su FORMA de manera íntegra y completa, en todos los niveles necesarios, a imagen de nuestra propia FORMA».
Más adelante, en Génesis 2:7, tendremos la primera instanciación de un espécimen particular de esta FORMA humana particular:
«Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra...» .
FORMA y SUSTANCIA:
La FORMA y la SUSTANCIA a formar son cosas tan diferentes como el plástico y el molde de acero.
Ahora, un punto crucial a considerar es que el molde, aunque transfiere su forma a la sustancia, es retirado totalmente al final del proceso. No termina siendo parte del objeto ya formado.
Profundicemos en este punto, porque es de una importancia capital.
El molde no es un ingrediente; es un agente de transformación que se mantiene distinto y separado del objeto que produce.
Su función es impartir un diseño, una FORMA, a una sustancia que no la tiene.
Una vez que la sustancia ha adoptado esa forma y se ha consolidado, la tarea del molde ha terminado.
Es retirado por completo.
Esto nos revela un principio fundamental de la formación: hay una transferencia de diseño, pero no hay una mezcla de sustancias.
Pensemos de nuevo en el molde de acero y el cuchillo de plástico. El molde es duro, pesado, metálico y resistente a altas temperaturas. El cuchillo final es ligero, flexible y se derrite con el calor.
El molde le ha transferido su FORMA, el diseño de "cuchillo", pero ninguna de sus propiedades sustanciales.
La dureza del acero no se "mezcla" con el plástico para hacerlo más duro. Son y permanecen ontológicamente distintos.
El objeto formado es, por tanto, autónomo.
Es 100% la sustancia original (plástico), pero ahora definida por un diseño que le fue impuesto externamente.
Mantengamos este principio en mente, pues será la clave para entender la naturaleza de futuras y más trascendentales formaciones.
Cuando leemos en Génesis que Dios «formó al hombre del polvo de la tierra», nuestra mente suele interpretarlo como un acto puramente místico, una intervención sobrenatural que escapa a toda lógica.
Pero, ¿nos hemos detenido a pensar profundamente en la procedencia de los objetos más complejos que usamos a diario, como un teléfono celular de última generación?
Ese dispositivo que tienes en la mano no fue creado de la nada.
Fue formado, directa y literalmente, de la tierra.
La industria humana extrae de ella metales pesados, procesa arenas para obtener silicio, utiliza cristales de cuarzo y elementos como el germanio. Cada microchip, cada cable y cada componente es el resultado de tomar una sustancia terrenal, amorfa y con una función limitada, para luego darle una FORMA precisa.
Después, siguiendo un diseño maestro, estas piezas se ensamblan hasta formar un todo con una funcionalidad y una «inteligencia» que la sustancia original jamás poseyó por sí misma. Es, literalmente, tierra reorganizada y elevada por el diseño del hombre.
Visto así, el misticismo se desvanece y la pregunta se vuelve inevitable: ¿dónde está el verdadero milagro? ¿Está en la SUSTANCIA, el polvo, la arcilla, el silicio, o en la FORMA, el diseño en la mente del Diseñador que es capaz de transformar un puñado de tierra en un teléfono inteligente?
Jamás subestimemos el poder del diseño, porque el diseño es INTELIGENCIA hecha visible.
Volvamos a esa escena más cotidiana: el cuchillo de plástico y la milanesa.
Imagínese por un momento frente a ese plato. En su mano, un puñado del mismo polvo de plástico con el que se fabricó el cuchillo. Intente cortar. Es un ejercicio fútil, absurdo. La sustancia está ahí, pero es impotente, carece de propósito. Ahora, tome el cuchillo. La SUSTANCIA usada es idéntica, pero ha sido obligada a obedecer una FORMA. Ahora se trata de SUSTANCIA FORMADA. De repente, el filo penetra, separa, divide. La funcionalidad emerge donde antes no había nada; o para ser más precisos, emerge directamente del diseño. Un buen diseño, como un filo bien definido, no es un detalle menor: es la diferencia entre la potencia y la impotencia.
Y aquí es donde la idea explota y se vuelve una revelación. Olvídese del plástico. Forjemos ahora ese mismo cuchillo en aluminio. En acero inoxidable. O tallémoslo en madera, como hacían nuestros antepasados. ¿Qué ocurre? Mientras la FORMA, un mango para sujetar y una hoja con un borde afilado, se preserve, el objeto funcionará. Cortará. La sustancia se vuelve secundaria, casi un vehículo intercambiable para un propósito superior.
Entendamos esto: la sustancia es muda. El plástico no sabe cortar, el acero no sabe cortar. Es la FORMA la que le grita su función al universo. Es el DISEÑO el que impone una inteligencia y un propósito en la materia inerte. Lo que separa a un trozo de mundo de una herramienta capaz de alterarlo no es de lo que está hecho, sino para qué y cómo fue pensado. El milagro no reside en la sustancia a utilizar, sino en la forma que se le dará y en la mente que concibe el diseño.
¿Acaso estamos diciendo que la forma es más importante que la sustancia?
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