Salmo51

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Sí.

Y ese plan no pasa por la reparación del hombre caído, sino una por una sustitución total mediante una nueva creación en Cristo.

Desde el momento en que el hombre cayó bajo la sentencia divina (“ciertamente morirás”, Génesis 2:17), Dios quedó impedido, por su propia justicia, de restituir la vida al hombre sin antes cumplir la condena que Él mismo había decretado.

Bajo esa ley, no había espacio para el perdón, ni cláusula de arrepentimiento, ni promesa de restauración.

La muerte debía cumplirse.
Y por eso, cualquier plan de salvación tenía que empezar por la muerte del hombre culpable.

Pero Dios, en su sabiduría y amor, no abandonó a su criatura, sino que proveyó un plan alternativo de justicia, totalmente aparte de la ley (Romanos 3:21), NO basado en el viejo hombre, sino en uno NUEVO: uno sin pecado, nacido no de carne ni de sangre, sino de Dios (el Verbo hecho carne - Juan 1:14; 1 Pedro 1:19–20).
Ese Hombre es Jesucristo, el postrer Adán (1 Corintios 15:45), quien vino al mundo no para evitar nuestra muerte, sino para morir en nuestro lugar.

El plan de Dios es claro:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…” (Juan 3:16).
“Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo…” (2 Corintios 5:19).
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).

Este plan de salvación no es una estrategia para sanar la naturaleza caída del hombre, sino un decreto divino para crear una nueva humanidad, basada en la obediencia perfecta de Cristo.
El viejo hombre entonces no es reformado, sino ejecutado judicialmente en la cruz (Romanos 6:6), y el nuevo hombre es vivificado en Cristo por fe.

Dios proveyó un Redentor, pero también un sustituto legal y una nueva cabeza federal. Así como todos morimos en Adán, todos podemos ser vivificados en Cristo (1 Corintios 15:22). Por eso, el plan de salvación no consiste en evitar la muerte, sino en cumplirla en Cristo y resucitar con Él a una vida que ya no está bajo el juicio de la ley, sino bajo la gracia y el señorío del Hijo (Romanos 6:14; 10:9).

En resumen, , Dios proveyó un plan de salvación.

Pero no cualquiera. No uno que permita salvarse por obras, ni por moral, ni por religión. El único plan divino es un nuevo nacimiento en Cristo, fundado sobre su muerte sustitutoria, su obediencia perfecta y su resurrección gloriosa.

Todo el que cree en Él muere en Él, y todo el que muere en Él vive por Él.
Esa es la justicia de Dios: perfecta, legal, y basada exclusivamente en el Verbo hecho carne.
 
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