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1. La soberanía absoluta de Dios frente al hombre impotente
La doctrina de la gracia irresistible enseña que solo Dios puede regenerar y atraer a los pecadores, y que esa gracia no puede ser frustrada por la voluntad humana.
Me sedujo el sentido de que Dios tiene el control total de la salvación, incluso sobre el arrepentimiento humano; que el cristiano no se convierte por voluntad propia sino por el poder divino soberano.
2. Escuela bíblica clásica y sistema coherente (TULIP)
El calvinismo enseña la Depravación Total, Elección Incondicional, Expiación Limitada, Gracia Irresistible, y Perseverancia de los Santos como sistema integral.
En este sistema encuentro una explicación lógica y espiritual que va de la depravación humana hasta la glorificación final, enlazada en un relato coherente de la soberanía divina.
3. Respuesta a la inseguridad espiritual
La doctrina de la Perseverancia de los Santos ofrece confianza de que el que es salvo nunca se perderá, porque la salvación no depende de mis méritos u obras, sino del obrar eterno y fiel de Dios mismo.
Esto me da seguridad frente al miedo a la pérdida de la salvación.
4. ️ Lenguaje doctrinal y pastoral consolidado
Estoy convencido que la tradición reformada, representada por líderes como Calvino, John Gill, Hodge, Edwards y Puritanos posteriores, entregó un legado sólido de teología sistemática fundamentada en Escritura.
La gracia irresistible, definida ya en Agustín y aplicada posteriormente, responde, en mi caso, a una necesidad de orden y claridad en la salvación.
En resumen:
Soy calvinista porque veo en esta teología una narrativa donde:
Dios escoge y salva soberanamente (sin depender de méritos humanos).
La obra de Cristo no puede ser vana y por lo tanto solo pudo morir eficazmente por los elegidos.
La salvación no es una experiencia emocional ni depende de la voluntad humana, sino que es un Plan completamente divino .
Todo es para la gloria de Dios, sin méritos humanos, y con una certeza que da paz profunda al corazón.
Este sistema consolida lo que vivo como creyente: no soy yo quien determina, sino el Señor que me determina.