Salmo51

Administrador
La respuesta a esta pregunta no parte del hombre, sino de Dios.
Porque fue Dios quien decidió, en su soberanía y amor, no abandonar la obra que había hecho con sus manos.
El verdadero drama de esta caída fue la pérdida absoluta del propósito para el cual el hombre había sido creado: Vivir eternamente en relación con su Creador.
Cuando el hombre desobedeció, perdió ese destino y fue declarado inviable como criatura eterna.
Y Dios mismo le cerró el acceso al árbol de la vida (Gén. 3:22-24).

"Ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre..." (Gén. 3:22)
La muerte, entonces, no fue un castigo. Fue el colapso de una vocación gloriosa. El fin de lo que Dios había querido hacer.
Pero Dios no quiso que todo terminara así.
No estaba dispuesto a dejar que su propósito se malograra por la entrada del mal.

Dios podía haber puesto fin a la historia y era justo hacerlo.
Pero su amor decidió otra cosa: Salvar al hombre no porque éste lo mereciera, sino porque Dios no quería perderlo.
Y esa decisión soberana revela la necesidad real de salvación: Dios no quiso perder su proyecto eterno por causa del pecado.

La perdición no era otra cosa que la terminación literal de la creación humana

Esta es la verdadera perdición: que lo que fue creado para vivir, termine volviendo al polvo de donde salió, sin haber alcanzado el propósito por el que fue creado.
Por esto la salvación es una decisión soberana: La de no abandonar el propósito original.
Y para evitar ese final, Dios pone en marcha el plan de salvación.
 
Volver
Arriba