Salmo51

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¿Por qué el hombre necesita ser salvado y de qué?

Primero que nada, debemos comenzar diciendo que Dios no creó al hombre para que muriera, ni tampoco para que se perdiera. Lo creó para vivir. Y sabemos por Génesis 1:31 que su diseño y creación fueron, para Dios, “en gran manera buenos”.

Por otro lado, su rol en el huerto no era el de sobrevivir, sino el de gobernar, trabajar y fructificar en comunión con su Creador:

“Y creó Dios al hombre a su imagen... y les dijo: Fructificad, multiplicaos, llenad la tierra, sojuzgadla...”
(Génesis 1:27-28)

El hombre no fue creado ni mortal ni inmortal, pero su vida dependía de dos actos, a saber:
  1. Comer diariamente de los árboles del huerto para sostener su cuerpo con fuerza y energía.
  2. Comer mensualmente del árbol de la vida para prolongar indefinidamente sus días sobre la tierra (Génesis 3:22).

Pero aunque podía disfrutar libremente de todo lo creado, había una sola cosa que le estaba absolutamente prohibida: adquirir un conocimiento específico, la ciencia del bien y del mal.
Y este conocimiento solo podía alcanzarse comiendo del fruto del árbol que llevaba dicho nombre.

Ahora bien, con la prohibición, Dios también anticipó las consecuencias de hacerlo. Y estas no implicaban deterioro paulatino, ni corrupción progresiva, sino la imposibilidad literal de vivir para siempre.

Dios fue claro y categórico:

“El día que de él comieres, ciertamente morirás.”
(Génesis 2:17)

Por lo tanto, la adquisición de aquel conocimiento prohibido los incapacitó para vivir la vida para la cual fueron creados, y quedaron sentenciados a volver al polvo del que habían sido sacados.

Y esta sentencia de muerte no era meramente separación, aunque tal separación existió. Era mucho más: era el fin completo de la existencia del hombre como ser vivo.
Era una sentencia judicial, definitiva y ontológica: el hombre sería destruido.
Ahora muchos se preguntan esto:
¿Dónde está la muerte si Adán vivió 930 años?

Y la respuesta es clara y sin alegorías:
Adán no murió en el acto porque Dios, en su propósito eterno, decidió postergar la ejecución plena de la sentencia.
Pero ese mismo día, Adán fue declarado irremediablemente mortal.

“Ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.” (Génesis 3:22)
Dios mismo le impidió al hombre acceder al árbol de vida, expulsandolo del huerto y sellando definitivamente su destino hacia la muerte:
“Echó, pues, fuera al hombre… y puso querubines... para guardar el camino del árbol de la vida.” (Génesis 3:24)
Pero el hecho de que Adán continuara respirando no anuló para nada su sentencia. Fue sostenido con vida a causa del plan de salvación. Dios suspendió su aplicación inmediata porque deseaba una descendencia a la cual redimir.
La muerte que entró al mundo cuando Adán comió fue literal, física y final.
No se trató de “separación espiritual”, un concepto completamente ausente en el texto.
Tampoc Dios rompió su relación con el hombre, siguió hablándole y cubriéndolo (Génesis 3:21).
La razón por la que Adán no murió ese mismo día, como Ananías y Safira, fue la misericordia divina en función del plan eterno, y no una reinterpretación del significado de “morir”.
En resumen: la sentencia fue real y la ejecución comenzó aquel día: el hombre quedó cortado del árbol de la vida, condenado a morir, y retenido vivo solo por causa del Redentor prometido.

¿Por qué entonces el hombre necesita ser salvado y de qué?

La perdición del hombre consiste en que ya no nace para vivir como fue planeado, sino para tener descendencia y morir.
Su existencia está marcada desde el principio por la esclavitud a la corrupción y por una muerte segura.

El hombre necesita ser salvado porque Dios no es Dios de muertos (Mateo 22:32), y en su soberana voluntad, no decidió abandonar lo que había querido hacer: un ser viviente, justo y eterno para gloria suya.


El hombre necesita ser salvado de no vivir para siempre.
 
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