Cristo no vino al mundo solo para predicar, sanar o enseñar.
Vino para morir.
Pero no morir simbólicamente, espiritualmente o representativamente.
Debía morir realmente, en carne y hueso, porque la justicia que cargábamos encima, la de Dios, no se saciaba con ideas, palabras ni arrepentimiento: exigía la muerte verdadera.
Desde Génesis 2:17, la ley fue clara:
Dios no amenazó con un castigo místico ni una separación sentimental.
Prometió muerte real.
Y esa sentencia no admitía cancelación, porque Dios no puede mentir ni retractarse de su justicia.
Por eso, Hebreos 9:22 declara:
La única manera de cumplir la justicia de Dios era muriendo de verdad.
Por eso Pablo dice que en la cruz Dios se muestra:
La muerte de Cristo permite que Dios no haga trampa.
No tapa el pecado: lo juzga.
No suprime la Ley: la cumple en el cuerpo de su propio Hijo.
Y no murió para mostrar algo, sino para cumplir algo.
El viejo hombre debía morir —y muere en Cristo.
Eso no puede ser simbólico. La justicia no se satisface con alegorías.
Necesitábamos una muerte real, tangible, visible, como lo fue también la sentencia.
Si la muerte no fue real, la resurrección tampoco lo fue.
Y si no resucitó, nuestra fe es vana (1 Corintios 15:17).
Por eso Cristo no murió como símbolo, sino como víctima.
Y no murió en el alma, sino en la carne real, como dice 1 Pedro 4:1:
Vino para morir.
Pero no morir simbólicamente, espiritualmente o representativamente.
Debía morir realmente, en carne y hueso, porque la justicia que cargábamos encima, la de Dios, no se saciaba con ideas, palabras ni arrepentimiento: exigía la muerte verdadera.
1. Porque la sentencia divina fue literal
Desde Génesis 2:17, la ley fue clara:
“el día que de él comieres, ciertamente morirás.”
Dios no amenazó con un castigo místico ni una separación sentimental.
Prometió muerte real.
Y esa sentencia no admitía cancelación, porque Dios no puede mentir ni retractarse de su justicia.
Por eso, Hebreos 9:22 declara:
“Sin derramamiento de sangre no se hace remisión.”
La única manera de cumplir la justicia de Dios era muriendo de verdad.
2. Porque Dios no podía simplemente perdonar
Si Dios simplemente hubiera decidido “perdonar” al hombre sin ejecutar la sentencia, se habría vuelto injusto.“El que justifica al impío... es abominación” (Proverbios 17:15).
Por eso Pablo dice que en la cruz Dios se muestra:
“justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).
La muerte de Cristo permite que Dios no haga trampa.
No tapa el pecado: lo juzga.
No suprime la Ley: la cumple en el cuerpo de su propio Hijo.
3. Porque la muerte debía ser sustituida, no evitada
Cristo no vino a impedir que muramos. Vino a morir por nosotros.“Cristo murió por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3).
“El justo por los injustos” (1 Pedro 3:18).
Y no murió para mostrar algo, sino para cumplir algo.
El viejo hombre debía morir —y muere en Cristo.
“Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él” (Romanos 6:6).
Eso no puede ser simbólico. La justicia no se satisface con alegorías.
Necesitábamos una muerte real, tangible, visible, como lo fue también la sentencia.
4. Porque la fe necesita un hecho real
Dios no nos pide que pongamos nuestra fe en una teoría, sino en un evento histórico y corporal:“Cristo murió por nuestros pecados... y resucitó al tercer día” (1 Corintios 15:3–4).
Si la muerte no fue real, la resurrección tampoco lo fue.
Y si no resucitó, nuestra fe es vana (1 Corintios 15:17).
En resumen:
- La justicia de Dios exigía muerte real.
- La sustitución debía ser completa, no representativa.
- El juicio no se podía desviar: se debía ejecutar.
- Solo así, la fe tiene base y la gracia tiene legalidad.
Por eso Cristo no murió como símbolo, sino como víctima.
Y no murió en el alma, sino en la carne real, como dice 1 Pedro 4:1:
“Cristo ha padecido por nosotros en la carne.”