Salmo51

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La depravación es incompatible con la vida que Dios quiso para el hombre​

Desde el principio, Dios no pensó la vida humana para la corrupción. La humanidad fue creada a imagen de Dios, con acceso libre a la vida y la comunión con su Creador. Pero en cuanto el hombre pecó, Dios le prohibió el acceso al árbol de la vida para evitar que viviera para siempre en estado de corrupción:
"Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre" (Génesis 3:22).
Dios no cambió su forma de pensar ni transigió con la desobediencia. La corrupción del hombre hizo imposible la continuidad del plan original de vida eterna para la carne caída.

El juicio del diluvio confirma la condenación del viejo hombre

Dios dejó testimonio de que su juicio era justo cuando mostró que la maldad del hombre era definitiva:
“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente al mal.” (Génesis 6:5)
Frente a tal corrupción, Dios no ideó un plan de reforma. Decidió eliminar a toda la humanidad, preservando solamente a Noé y su descendencia por causa de la promesa de salvación futura.

El segundo hombre: Una nueva cabeza federal para una única humanidad

Dios no crea una nueva humanidad, sino que forma un segundo hombre a partir del mismo diseño divino con el que había formado a Adán. Jesús es llamado el Segundo Hombre y también el postrer Adán:
“El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.” (1 Corintios 15:47)
“Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.” (1 Corintios 15:45)
Esto indica que Jesús no es un descendiente genético de Adán (primera cabeza federal) e inmaculado por Dios, sino una nueva instanciación humana (segundo hombre) de aquella misma forma original. Y si en Él no había pecado tampoco lo había en Adán.
Jesús era descendiente de Adán pero en base a la promesa divina declarada sobre la simiente de Abraham.

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…” (Juan 1:14)

Una sola humanidad, dos cabezas federales

La humanidad no es una sustancia que cambia, sino una forma o diseño divino. Dios formó a Adán del polvo con esa forma, y más tarde formó al Verbo a partir de la misma, porque la humanidad en María se hallaba corrompida. Jesús era el Verbo divino, formado directamente por Dios con la humanidad original preservada. Así se explica que sea verdaderamente hombre sin provenir del viejo hombre.

Fue insertado legalmente en la genealogía de Abraham y David, pero su origen está en Dios, no en la tierra:

“He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. Como en el rollo del libro está escrito de mí.” (Hebreos 10:7)

En Cristo: Nuevo linaje fundado en una nueva cabeza

Todos los que están en Cristo han sido creados de nuevo, no restaurados en su viejo estado:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17)
"Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras..." (Efesios 2:10)
"En Cristo Jesús... lo que vale es una nueva creación." (Gálatas 6:15)

Conclusión

La depravación humana no se cura ni se reforma: se elimina.
Dios no transige con la desobediencia ni valida el pecado.
Por eso, su solución fue formar un segundo hombre con la misma humanidad original, pero sin contaminación.
Este hombre obedeció perfectamente, cumplió toda justicia y ofreció su vida en sacrificio.
La salvación no pasa por des corromper a la vieja cabeza federal corrompida, sino en levantar una nueva cabeza federal, un nuevo linaje obediente fundado en Cristo.
 
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