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Depravación total

La depravación total (también llamada corrupción radical o inhabilidad total) es una doctrina central de la teología calvinista clásica, derivada del concepto del pecado original. En términos sencillos, enseña que a consecuencia de la caída de Adán toda persona nace con una naturaleza corrompida por el pecado, de modo que está esclavizada a éste y es completamente incapaz de amar o buscar a Dios por iniciativa propia, ni de abstenerse del mal o aceptar la salvación sin la intervención de la gracia divina. Esta doctrina subraya que el ser humano, en su estado natural, carece de cualquier capacidad espiritual para lograr o contribuir a su salvación, lo que para los calvinistas hace absolutamente necesaria la gracia soberana de Dios en el proceso de salvación. A continuación, examinaremos qué significa exactamente “depravación total” para el calvinismo ortodoxo, en qué fundamentos teológicos se apoya y cómo se fue construyendo históricamente este concepto, según la tradición reformada clásica.

Definición y alcance de la depravación total

En la teología reformada, “depravación total” describe el estado caído del ser humano en toda su extensión. Total no significa que cada individuo sea tan malvado como podría llegar a ser, sino que el pecado ha corrompido todas las partes de la naturaleza humana (mente, voluntad, emociones y cuerpo). Es decir, la corrupción es radical (de radix, raíz) afectando la totalidad de las facultades del hombre. El resultado es que, por naturaleza, nadie puede amar a Dios con todo su corazón ni obedecer Su voluntad de forma pura; al contrario, todos estamos inclinados a servir nuestros propios deseos egoístas y a rechazar el gobierno de Dios. Incluso aquellas acciones que exteriormente pudieran considerarse “buenas” (como actos religiosos o altruistas) están viciadas en su motivación interna – surgen del orgullo o del interés propio, no de un amor genuino a la gloria de Dios – y por tanto no son verdaderamente aceptables ante Dios. En palabras del reformador Juan Calvino, persiste en el hombre caído una distorsión interna tal que “todas las acciones humanas son desagradables a Dios, sean o no buenas o malas exteriormente”.

Dado este estado de corrupción, la doctrina afirma una impotencia espiritual total del ser humano: nadie quiere ni puede elegir genuinamente a Dios ni el bien espiritual por sí mismo. Aun si el hombre conserva el libre albedrío en el sentido de poder tomar decisiones voluntarias, su voluntad está sesgada y esclavizada por el pecado, de modo que siempre optará en última instancia por su propio interés y el mal antes que por agradar a Dios. En resumen, para el calvinismo ortodoxo la depravación humana es tal que “no hay en el corazón humano una ‘isla de justicia’ sin corromper” que le permita acercarse a Dios sin una ayuda especial. Solo la intervención monergista de la gracia puede liberar al hombre de esta esclavitud. De hecho, si alguno ha de ser salvo, Dios mismo debe tomar la iniciativa: el pecador no regenerado ni quiere ni puede buscar a Dios, por lo cual Dios debe llamar eficazmente, regenerar y conceder fe a quienes va a salvar. En la teología reformada esto se liga directamente con la doctrina de la elección incondicional: si todos están totalmente depravados e incapaces, únicamente aquellos a quienes Dios elige y transforma podrán responder a la oferta de salvación.

Ahora bien, los teólogos calvinistas aclaran varios malentendidos sobre la depravación total. En primer lugar, no implica que el ser humano haya dejado de ser humano o haya perdido la imagen de Dios (imago Dei) por el pecado; la imagen divina permanece, aunque distorsionada por nuestra maldad. En segundo lugar, no significa que las personas carezcan de conciencia, de sentido moral o que sean incapaces de hacer actos de “bien” en un sentido relativo o civil (como ayudar al prójimo, mostrar cortesía, disciplina, etc.). El hombre caído puede realizar acciones externas que, comparativamente, sean virtuosas o beneficiosas en la sociedad. Sin embargo, desde la perspectiva de la santidad perfecta de Dios, aun esas obras “buenas” están afectadas por la motivación pecaminosa interna, por lo que ninguna obra humana nacida de la naturaleza caída cumple realmente el estándar de bondad pura que Dios merece. Tercero, depravación total no equivale a “depravación absoluta”: no sostiene que cada individuo sea siempre lo más malvado posible, sino que en todas las áreas de su ser se extiende el efecto del pecado, impidiéndole por completo amar y obedecer a Dios de manera plena. En resumen, “total” se refiere a la extensión de la corrupción (afecta todo aspecto del ser humano) y a la incapacidad total resultante para acercarse a Dios, no a un grado máximo de maldad en cada persona.
 
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