Salmo51

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Fundamentos

El calvinismo clásico basa la doctrina de la depravación total en su entendimiento de la condición caída de la humanidad según la teología agustiniana y la enseñanza bíblica. Desde su perspectiva, la caída de Adán trajo consecuencias catastróficas a la raza humana: todos nacemos con una naturaleza inclinada al mal y muertos espiritualmente (incapaces de buscar a Dios por cuenta propia). Los reformadores leen pasajes bíblicos como Romanos 3:10-12, Efesios 2:1-3, Juan 6:44, entre otros, como descripción de esta incapacidad radical del hombre natural. Así, “a la luz de las Escrituras, el estado natural del hombre es de depravación total y, por consiguiente, una inhabilidad total por parte del hombre para ganar o contribuir a su salvación”. Pero más allá de citar la Biblia, el calvinismo ortodoxo sistematizó esta creencia en sus confesiones doctrinales, delineando con precisión los efectos de la caída. Las principales confesiones reformadas históricas expresan un consenso notable sobre la corrupción e incapacidad humanas:
  • Catecismo de Heidelberg (1563): En el Día del Señor 3, pregunta 8, enseña claramente la incapacidad total del hombre caído. Pregunta: “¿Estamos tan corrompidos que somos totalmente incapaces de hacer el bien e inclinados a todo mal?” Respuesta: “Ciertamente; si no hemos sido regenerados por el Espíritu de Dios.”. Esta declaración resume que, a menos que medie una regeneración sobrenatural, el ser humano permanece en completa impotencia espiritual.
  • Confesión Belga (1561): En el Artículo 14, refutando las ideas humanistas sobre el libre albedrío, afirma: “...rechazamos todo lo que se enseña en cuanto al libre albedrío del hombre, puesto que el hombre no es más que un esclavo del pecado, y no puede aceptar nada si no le fuere dado del cielo”. La misma confesión acumula testimonios bíblicos para mostrar que “la mente carnal es enemistad contra Dios” y “el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu”, concluyendo que únicamente la gracia de Dios produce en nosotros “el querer como el hacer” el bien. En otras palabras, para la teología reformada el pecado nos esclaviza de tal modo que solo la gracia implantada por Dios puede capacitar al hombre para algún bien espiritual.
  • Confesión de Fe de Westminster (1646): Esta confesión puritana (representativa del calvinismo británico) define con precisión la depravación post-edénica. En el capítulo IX, sección 3, declara: “El hombre, mediante su caída en un estado de pecado, ha perdido totalmente toda capacidad para querer algún bien espiritual que acompañe la salvación; de tal manera que, como hombre natural, está completamente opuesto a ese bien, muerto en pecado, incapaz de convertirse a sí mismo o de prepararse para ello”. Aquí se observa de forma concisa la idea de inhabilidad total: el ser humano decaído no puede ni siquiera desear genuinamente el bien espiritual, quedando absolutamente necesitado de la obra divina para ser salvo.

Estas confesiones –junto con otras como la Segunda Confesión Helvética (1566) y los Cánones de Dort (1619)– muestran que el calvinismo clásico apoyó la doctrina de la depravación total unánimemente, considerándola una verdad fundamental. Todas coinciden en que la voluntad humana, después de la caída, está en servidumbre al pecado, y que ningún esfuerzo o facultad natural del hombre caído puede producir fe salvadora o verdadera obediencia espiritual sin una transformación de gracia. Incluso tras la conversión, los reformadores admiten que “esta corrupción de naturaleza permanece durante esta vida en aquellos que son regenerados” (WCF VI.5), evidenciando que la inclinación al mal nunca se elimina por completo en tanto vivamos en la carne. En síntesis, la depravación total es para el calvinismo ortodoxo el diagnóstico del estado humano: una naturaleza corrompida e impotente que sirve de premisa para exaltar la necesidad absoluta de la gracia eficaz de Dios.
 
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