Sí.
La liberación de la muerte (la perdición) nos alcanza a todos, sin excepción.
No es condicional ni parcial, sino universal, soberana y decretada por la Gracia de Dios en Cristo.
La Escritura lo afirma con claridad:
El juicio original en Adán fue absoluto: todos murieron, sin preguntar, sin elegir.
De la misma manera, la liberación en Cristo también es impuesta, no ofrecida como una opción.
La gracia no es una invitación sino una intervención soberana de Dios que saca a todos de la condena legal de la primera muerte, incluso a aquellos que después serán condenados en juicio eterno.
¿Por qué?
Porque la gracia no consiste en evitar la condenación eterna, sino en liberarnos de la sentencia irreversible de extinción que pesaba sobre todos los nacidos de Adán.
Esa es la función de la cruz: cumplir la justicia del Padre y comprar a la humanidad entera para transferirla a un nuevo pacto, donde el juicio ya no será por obras bajo la Ley, sino por fe bajo el Señorío del Hijo.
Todos, sin excepción, son resucitados por causa de la sangre de Cristo.
Sin esa sangre, no habría segunda vida para nadie.
Hasta los que van a condenación eterna resucitan por gracia, porque Cristo pagó la sentencia de muerte para todos.
Por eso Jesús dice:
Esto nos muestra que:
En resumen:
Sí, todos fueron librados de la muerte por gracia.
No, no todos heredarán la vida eterna.
La Gracia salvó de la primera muerte; el Señorío separa para la eternidad.
La liberación de la muerte (la perdición) nos alcanza a todos, sin excepción.
No es condicional ni parcial, sino universal, soberana y decretada por la Gracia de Dios en Cristo.
La Escritura lo afirma con claridad:
“Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).
“Por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Romanos 5:18).
“Cristo murió por todos” (2 Corintios 5:15).
El juicio original en Adán fue absoluto: todos murieron, sin preguntar, sin elegir.
De la misma manera, la liberación en Cristo también es impuesta, no ofrecida como una opción.
La gracia no es una invitación sino una intervención soberana de Dios que saca a todos de la condena legal de la primera muerte, incluso a aquellos que después serán condenados en juicio eterno.
¿Por qué?
Porque la gracia no consiste en evitar la condenación eterna, sino en liberarnos de la sentencia irreversible de extinción que pesaba sobre todos los nacidos de Adán.
Esa es la función de la cruz: cumplir la justicia del Padre y comprar a la humanidad entera para transferirla a un nuevo pacto, donde el juicio ya no será por obras bajo la Ley, sino por fe bajo el Señorío del Hijo.
Todos, sin excepción, son resucitados por causa de la sangre de Cristo.
Sin esa sangre, no habría segunda vida para nadie.
Hasta los que van a condenación eterna resucitan por gracia, porque Cristo pagó la sentencia de muerte para todos.
Por eso Jesús dice:
“Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, resurrección de vida; y los que hicieron lo malo, resurrección de condenación” (Juan 5:28–29).
Esto nos muestra que:
- La gracia no se rechaza: se impone como la muerte se impuso en Adán.
- Lo que se rechaza es el Señorío de Cristo: y por eso viene el juicio final.
- Todos son salvos de la muerte, pero no todos son aprobados para la vida eterna.
En resumen:
Sí, todos fueron librados de la muerte por gracia.
No, no todos heredarán la vida eterna.
La Gracia salvó de la primera muerte; el Señorío separa para la eternidad.