Libre albedrío: El escenario de la justicia de Dios
1. El diseño perfecto y la elección desastrosa
El libre albedrío no es un error de diseño que Dios deba corregir. Es el escenario perfecto que Él mismo creó, declarándolo "bueno en gran manera" (Génesis 1:31). Dios no creó un autómata, sino un "señor" responsable (Génesis 1:26), un ser con quien asociarse.
Una orden solo tiene sentido si se puede desobedecer. El mandato de Dios a Adán sobre el árbol (Génesis 2:16-17) fue la prueba irrefutable de su libertad.
La tragedia que siguió no fue una falla del sistema, sino la falla del agente. La Escritura no culpa a la libertad; culpa al hombre (Romanos 5:12). Adán, desde su perfecta libertad, eligió la autosuficiencia. Esa elección fue real, y sus consecuencias también: la SEPARACIÓN de la Fuente de la Vida y la sentencia de MUERTE REAL. La caída no demostró que el libre albedrío fuera un error; demostró que la obediencia solo tiene valor si la desobediencia es una posibilidad real.
2. Las dos justicias: La ley de las obras y la gracia de Dios
La obediencia y la desobediencia se miden de una sola manera: por OBRAS bajo una LEY. Esta es la justicia típica y ordinaria. Su regla es simple: "el que hiciere estas cosas vivirá por ellas" (Gálatas 3:12). Su veredicto sobre la humanidad caída es unánime: culpabilidad. Su función, por tanto, no es salvar, sino actuar como un "ministerio de muerte" (2 Corintios 3:7), exponiendo nuestra voluntad cautiva y ejecutando la justa sentencia.
Como este camino estaba cerrado, Dios introdujo una intervención radical, una nueva especie de justicia que opera "aparte de la ley" (Romanos 3:21). Esta es la GRACIA: una justicia no ganada por el hombre, sino creada por Dios para rescatar a los que estaban condenados. El autor y el costo de esta nueva justicia es Jesucristo y Su muerte injusta en la cruz.
3. La solución: Una obediencia perfectamente libre
Dios no respondió a la desobediencia eliminando la libertad. Respondió introduciendo una obediencia perfecta dentro de esa misma libertad.
El Segundo Hombre, Jesucristo, entró en el mismo escenario, "nacido bajo la ley" (Gálatas 4:4). Su vida entera fue la antítesis de la elección de Adán. Su obediencia no fue la de una marioneta; fue una elección consciente y voluntaria, probada hasta el extremo en Getsemaní: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42).
La Escritura sella este contraste: "Porque así como por la desobediencia de un hombre... así también por la obediencia de uno..." (Romanos 5:19). El problema y la solución se miden con la misma vara, en el mismo escenario de libertad.
4. Conclusión: La vindicación del diseño de Dios
La obra de Cristo, por lo tanto, es la vindicación final del diseño original de Dios. Su vida perfecta prueba que el libre albedrío no era el problema. Un hombre, en perfecta comunión con Dios, puede y debe usar su libertad para una obediencia perfecta.
La salvación, entonces, no es un plan de contingencia donde Dios nos convierte en seres que no pueden elegir. Es el plan por el cual somos liberados de nuestra esclavitud al pecado para que nuestra propia voluntad sea sanada y restaurada. El objetivo de Dios nunca cambió: Él no quiere autómatas, sino hijos que, por toda la eternidad, lo elijan libre y gozosamente como su Señor.