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Desarrollo histórico II

En 1618-1619, el Sínodo de Dort (Dordrecht) –un concilio internacional de iglesias reformadas– se reunió para responder a las posiciones arminianas. De allí surgieron los Cánones de Dort, formulando cinco puntos de doctrina calvinista que contrarrestaban punto por punto la Remonstrance. El primero de esos puntos trató sobre la corrupción humana y la necesidad de la gracia, equivalente a lo que luego se llamaría “depravación total”. Curiosamente, los Cánones de Dort dieron por asumida la doctrina de la depravación: no la definieron extensamente (puesto que, como se ha dicho, no era materia de disputa – ambas partes aceptaban la pecaminosidad radical del hombre), sino que se centraron en afirmar la incapacidad del libre albedrío y la necesidad de la regeneración por gracia. Los capítulos III–IV de los Cánones (combinados) declararon que, a causa de la caída, el hombre está “muerto en pecado” y carece de todo poder para salvarse, de modo que Dios debe regenerarlo primero para que pueda tener fe. El Sínodo rechazó la idea arminiana de una gracia para todos que dependiera del libre albedrío humano, reafirmando en cambio que es Dios quien eficazmente cambia el corazón del pecador elegido para que este crea. Años más tarde, los teólogos resumieron los resultados de Dort en los famosos “Cinco Puntos del Calvinismo” con el acróstico TULIP –siendo Total Depravity (Depravación Total) la “T” inicial–. Aunque el acróstico en sí es un invento posterior y algo simplificado, reflejaba el consenso calvinista: todo verdadero calvinista confiesa la depravación total del hombre como base de la necesidad absoluta de la gracia soberana de Dios.

En la era contemporánea, la doctrina de la depravación total sigue siendo sostenida por todas las iglesias de tradición calvinista (presbiterianas, reformadas, bautistas reformadas, etc.), y es enseñada también –con diferencias de énfasis– por otros grupos protestantes conservadores. Incluso los arminianos wesleyanos (como la Iglesia Metodista) históricamente “asienten de todo corazón” a la descripción calvinista de la depravación humana, diferenciándose solo en que Dios ofrece a todos una gracia preveniente para contrarrestarla. Por otro lado, la Iglesia Católica en el Concilio de Trento (1547) rechazó la noción de una depravación tan extrema que extinga totalmente el libre albedrío –considerándola herética–, y las iglesias Ortodoxas Orientales nunca adoptaron la idea de pecado original en los mismos términos que Agustín, manteniendo una visión más optimista de la capacidad humana cooperativa. No obstante, en el marco del calvinismo clásico que nos ocupa, la depravación total es un pilar teológico firme. Desde Agustín hasta Calvin y desde Dort hasta Westminster, la ortodoxia reformada ha mantenido que “nada bueno hay en el hombre natural” y que este necesita con urgencia la gracia de Dios en cada parte de su ser. Esta doctrina, profundamente pesimista acerca del ser humano, sirve a los calvinistas para enaltecer la iniciativa y soberanía divina: solo un Dios omnipotente y misericordioso puede rescatar a criaturas tan totalmente depravadas. En palabras de la Confesión de fe de Londres de 1689 (bautista, de línea calvinista), “Dios, infinitamente santo, se dignó redimir a pecadores destituidos radicalmente de Su gloria (depravación total), quienes no poseían mérito ni capacidad alguna para responder”.

En conclusión, la depravación total, según el calvinismo clásico, describe la profundidad de nuestra ruina espiritual para destacar la gloria de la gracia. Es la doctrina que asegura que “separados de [Dios] nada podéis hacer” y que ninguna parcela de bondad autónoma subsiste en nosotros después de la caída. Comprender este punto en toda su profundidad –tal como lo han definido los teólogos reformados a través de la historia– es fundamental para poder dialogar críticamente con el calvinismo. Solo con una exposición completa y fiel de lo que los calvinistas quieren decir con “depravación total” podremos luego refutar o cuestionar esta doctrina con rigor y profesionalismo, sin caer en malentendidos ni caricaturas. Cada hueco en nuestro entendimiento sería una grieta por la cual la defensa calvinista podría desestimar nuestras objeciones; por ello, conocer a fondo sus argumentos –históricos, teológicos y confesionales– acerca de la depravación del hombre es el primer paso para una refutación sólida e irrefutable.

Fuentes consultadas: Confesiones Reformadas históricas (Belga, Heidelberg, Dort, Westminster); R. C. Sproul, El Pecado Original y la Depravación Total; Richard A. Muller, Calvin and the Reformed Tradition; J. Calvino, Institutos de la Religión Cristiana; Artículos académicos y páginas web teológicas reformadas y arminianas, entre otras. (Todos los pasajes citados están referenciados en el texto).
 
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