Salmo51

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La perdición del hombre, causada por la transgresión de Adán, tiene consecuencias múltiples, reales y universales que afectan tanto la existencia presente como el destino eterno del ser humano.

1. Separación de Dios

La primera consecuencia es espiritual: el hombre quedó separado de Dios, fuente de toda vida. Ya no camina con Él en comunión, como en el huerto, sino que vive oculto, apartado, temeroso y ajeno a la presencia divina (Génesis 3:8–10).

Isaías 59:2 lo expresa así: “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios.”

2. Corrupción de la naturaleza

La desobediencia no solo trajo culpa, sino corrupción. El hombre no solo hizo el mal: quedó torcido en su ser. Génesis 6:5 muestra que “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” Romanos 8:7 enseña que la mente carnal “no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede.”
La corrupción afecta tanto el cuerpo (que se envejece y muere), como el alma (que se oscurece y se vuelve hostil a la verdad).

3. Sujeción a la Ley y al pecado

El hombre caído está bajo la Ley, no como camino de vida, sino como instrumento de condena. La Ley se convierte en el recordatorio constante de su rebeldía y en un maestro que lo escolta hasta la muerte (Gálatas 3:24).
Además, el hombre queda esclavizado al pecado (Juan 8:34; Romanos 6:17): ya no puede dejar de pecar, y todo intento de autojustificación queda frustrado.

4. Pérdida del acceso a la inmortalidad

El acceso al árbol de la vida fue cerrado (Génesis 3:22–24). Desde entonces, la muerte es inevitable: el hombre nace con un cuerpo mortal y vive bajo la sombra del juicio.

Hebreos 9:27 sentencia: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez.”

5. Condenación legal asegurada

Toda alma nacida de Adán nace ya condenada: no inocente, sino bajo una sentencia activa (Romanos 5:18; Efesios 2:3).

“Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23).

Esa condena no necesita ser activada por actos, sino que está vigente desde el nacimiento, por pertenecer a una humanidad caída. Por eso Pablo dice: “en Adán todos mueren” (1 Corintios 15:22).

6. Muerte irreversible si no interviene Dios

El resultado final es la muerte: no solo la muerte biológica, sino la extinción total del ser si no hay redención. La Escritura no enseña inmortalidad natural del alma: la esperanza de vida está únicamente en Dios (1 Timoteo 6:16) y en la resurrección futura por medio de Cristo (2 Timoteo 1:10).

Fuera de Cristo, la muerte es total y definitiva.

En resumen
, las consecuencias de la perdición no son simbólicas, ni místicas, ni psicológicas. Son jurídicas, ontológicas y eternas. El hombre, sin Cristo, está perdido, muerto, corrupto, sin comunión con Dios y bajo condenación inapelable.
Por eso, la solución no puede venir del hombre, ni siquiera del arrepentimiento: tiene que venir de Dios, y tiene que ser radical. Y por eso vino Cristo, no a reparar, sino a sustituir al viejo hombre por una nueva creación viviente.
 
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