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Bloque 1: Caída Federal y la Primera Muerte

Pregunta 1: ¿Qué significa la caída federal de Adán para la humanidad?

La caída federal de Adán es el acto por el cual toda la raza humana quedó sujeta al pecado y la muerte.

Según el relato bíblico, Dios había advertido a Adán: “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”.
Al desobedecer, Adán introdujo el pecado en el mundo, y con él vino la muerte: “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte”.

Esto significa que, al comer Adán del árbol prohibido, la condena de muerte –espiritual y, con el tiempo, física– se transmitió a toda su descendencia (cf. Rom. 5:12). En ese sentido, Adán actuó como cabeza federal de la humanidad: su pecado repercutió sobre todos los seres humanos. Como explica Pablo, “en Adán todos mueren” (1 Cor. 15:22).
La caída federal implica que la naturaleza de Adán –caída y condenada– fue heredada por sus hijos, de modo que todos los nacidos están bajo la sentencia divina de muerte (muerte espiritual al separarse de Dios, y muerte física al volver al polvo).
En consecuencia, cada persona nace con una naturaleza caída y culpable ante Dios, sin poder justificarse por obras propias, pues “por una ofensa vino la condenación a todos los hombres” (Rom. 5:18).
 

Pregunta 2: ¿Cómo actúan los dos juicios sobre la misma vida en Adán y en Cristo?


La Biblia muestra que sobre cada persona recaen dos juicios federales: uno en Adán y otro en Cristo.

En Adán, por su desobediencia, Jesús explica que el juicio divino fue la muerte (Cf. Gen. 2:17). Pablo lo resume: “así como una sola transgresión trajo condenación a todos los hombres, así también un solo acto de justicia produjo justificación de vida a todos los hombres” (Rom. 5:18). Es decir, el pecado de Adán hizo que toda la humanidad recibiera la primera condenación (“todos murieron” en Adán).

Por otro lado, cuando Cristo murió y resucitó, hizo el segundo juicio redentor.

El sacrificio de Cristo es equiparable y contrario al juicio en Adán: “como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, así también por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Rom. 5:18).

En otras palabras, en Cristo la humanidad recibe la vida y la justificación. Juan 5:24 afirma: “el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación”. Así, el juicio sobre el mismo pecador es doble: en Adán fue a muerte (culpable ante la ley), y en Cristo es a vida (justificado y reconciliado). Esta doble imputation (del pecado a todos por Adán, y de la justicia a los creyentes por Cristo) subraya que “de la misma manera que por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:19).
 

Pregunta 3: ¿En qué consistió la sentencia de muerte sobre la humanidad, y cómo se cumple “a rajatabla” en Jesús?


Dios decretó que el justo castigo del pecado es la muerte: “el alma que pecare, esa morirá” (Ezeq. 18:4). Desde Génesis, la muerte fue entendida como pérdida de vida y comunión con Dios. Al pecar, Adán quebrantó esa ley y trajo sobre él y su simiente la primera muerte. Jesús, sin embargo, vino a recibir esa misma sentencia en lugar de los pecadores: “Dios envió a su Hijo en semejanza de carne de pecado… y condenó al pecado en la carne” (Rom. 8:3). Él, siendo sin pecado, cargó con el castigo requerido por la ley: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gál. 3:13). Su muerte literal en la cruz fue real y efectiva –no simbólica– para satisfacer la justicia divina. Como dice 1 Pedro 3:18, “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos”. Al morir, Jesús cumplió “a rajatabla” la pena que exigía la Ley. Pablo lo resume: “uno murió por todos, luego todos murieron” (2 Cor. 5:14). Al identificarse con nuestra culpa, Jesús fue juzgado “haciéndose pecado” por nosotros para que nosotros fuésemos constituidos justos (2 Cor. 5:21). Así, la condena en Adán es “transferida” a Jesús en la cruz, y los creyentes en Él quedan libres de la primera condenación, habiendo cumplido Cristo la sentencia en nuestro lugar.
 

Pregunta 4: ¿Qué implica la primera muerte para el “viejo hombre” según la Escritura?


La primera muerte es la muerte impuesta por el pecado a toda la naturaleza caída.

En el creyente, al identificarnos con Cristo, nuestro “viejo hombre” (la antigua identidad en Adán) es crucificado junto con Él. Pablo declara: “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido” (Rom. 6:6). Esto significa que, ante Dios, nuestra vieja naturaleza caída ha muerto en Cristo. El “cuerpo del pecado” –la vieja humanidad– es juzgado y enterrado con Jesús. Como resultado, “el que murió ha sido justificado del pecado” (Rom. 6:7). El creyente, entonces, ya no está bajo el poder de la primera muerte: ya no vive bajo el dominio del pecado. La realidad espiritual es que somos “muertos al pecado” (Rom. 6:11) y vivos para Dios (Rom. 6:10-11). La primera muerte dejó de tener potestad sobre los creyentes, pues esa sentencia recayó sobre el “cuerpo de Cristo” en la cruz, satisfaciendo así la justicia de Dios.
 

Pregunta 5: ¿Cómo explica la Biblia que “por un hombre entró la muerte” (Rom. 5:12) y qué significa para nosotros?


Romanos 5:12 enseña que la muerte –espiritual y física– vino al mundo por la desobediencia de un solo hombre, Adán: “por un hombre [entrándolo en el mundo] y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.

Esta afirmación revela la realidad de la caída federal: Adán fue el representante legal de la humanidad, de modo que su pecado nos implicó a todos. De ahí que todos nacemos bajo la condena original y con tendencia al pecado. No podemos “deshacer” el efecto de Adán sobre nosotros; solo la obediencia de otro Hombre puede reestablecer la vida. Jesús es ese “último Adán” (1 Cor. 15:45) cuya acción contrasta con la de Adán. Mientras Adán introdujo muerte, Cristo trae vida: “así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor. 15:22). Para nosotros, esto significa que, aunque heredamos la culpa en Adán, hemos sido ubicados legalmente en Cristo por la fe, participando así de su justicia y de la vida eterna, contraria a la muerte heredada.
 

Bloque 2: Redención Universal en Cristo

Pregunta 6: ¿Qué significa la redención universal en Cristo y cómo se expresa en la Escritura?

La redención universal en Cristo sostiene que Jesucristo murió por todos los hombres, ofreciendo salvación a cada ser humano sin excepción.

La Palabra de Dios afirma repetidamente que Cristo sufrío y murió “por todos”. Así, 2 Corintios 5:14-15 declara: “Cristo murió por todos; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.”. En armonía, 1 Pedro 2:24 dice que “él cargó con nuestros pecados”. El evangelio de Juan proclama al Cordero de Dios como el que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29), y Juan 3:16 afirma que Dios amó al mundo de tal manera que entregó a su Hijo. 1 Juan 2:2 también confirma que Cristo es propiciación por los pecados “de todo el mundo”. Todas estas declaraciones muestran una redención objetiva ofrecida a toda la humanidad en la muerte de Cristo.

Sin embargo, esta redención se aplica eficazmente solo a quienes se identifican con Cristo. Pablo precisa en Romanos 6:3-5 que por medio del bautismo o de la fe nos unimos a su muerte y resurrección. Es en esta unión donde la redención se realiza en la vida del creyente. Por la fe el pecador recibe la inclusión en el sacrificio de Cristo y, con ello, la liberación de la deuda del pecado. En suma, Jesús cargó con la condena de todos (incluso de quienes aún no creen), satisfaciendo la justicia divina. La redención es universal en su provisión (Cristo murió por “todos los hombres” romanos 5:18), pero se vuelve personal en la experiencia del creyente que se acoge a Él.
 

Pregunta 7: ¿Cómo describe la Biblia el papel de Cristo como nuestro sustituto real?


La Escritura habla de Cristo como el representante legal de los pecadores, tomando su lugar en la cruz. En lugar de reformar al pecador, Jesús vino a sustituirlo realmente bajo el juicio. Así, Isaías profetizó que el Siervo sufriría por nuestros pecados: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Isa. 53:5). En el Nuevo Testamento, Pablo subraya que Jesús, “haciéndolo pecado por nosotros”, permitió que la justicia de Dios se cumpliera en Él (2 Cor. 5:21). 1 Pedro 3:18 lo resume diciendo que el “justo por los injustos” padeció para acercarnos a Dios.

En la cruz, Jesús asumió la muerte que merecíamos.

Como el apóstol señala, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gál. 3:13). Su muerte fue la muerte del pecador: en Él se cumplió “el castigo de nuestra paz” (Isa. 53:5). Por esto Pablo afirma que nuestro “viejo hombre” quedó allí muerto con Él (Ro. 6:6). Esta sustitución real significa que, al creer, nosotros morimos con Cristo judicialmente (se satisfizo en Él la sentencia) y recibimos vida nueva. Cristo, como cabeza de la nueva humanidad, muere en lugar de los suyos para traerlos a vida eterna.
 

Pregunta 8: ¿Qué efectos reales produjo la muerte de Cristo según las Escrituras?


La muerte de Cristo tuvo efectos reales y objetivos en el orden espiritual.

En primer lugar, canceló la deuda del pecado y satisface la justicia de Dios: “Cristo padeció una sola vez por los pecados…para llevarnos a Dios” (1 Pe. 3:18). Con su sangre se hizo posible el perdón de transgresiones: “tenemos redención por medio de su sangre, perdón de pecados” (Ef. 1:7).

En la cruz, el juicio justo de Dios cayó sobre Jesús en lugar de los creyentes, por lo que éstos quedan liberados de la condena pasada.

En segundo lugar, su obra redentora restauró la relación con Dios: nos “reconciliar[a]” con el Padre (Col. 1:20) y nos reintegra al favor divino. Por eso Pablo dice que ya no hay condenación para los que están en Cristo (Rom. 8:1). Tercero, la muerte de Cristo inaugura una nueva vida en Él. Los creyentes experimentan la vida del Resucitado; se declara que ya no deben vivir para sí mismos, sino para Cristo (2 Cor. 5:15). Por último, su sacrificio produjo una nueva creación espiritual: “si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Cor. 5:17). En suma, la cruz trae perdón, adopción, libertad del poder del pecado, y nueva vida real al pecador. Estos efectos son tan concretos que Pablo insiste en que Cristo cumplió “la sentencia divina” contra nosotros (Ro. 8:3; Gal. 3:13).
 

Pregunta 9: ¿Cómo participa el creyente en la muerte y resurrección de Cristo?


La Escritura enseña que por la fe nos incorporamos plenamente a la muerte y resurrección de Cristo. Al recibir a Jesús, nuestra vida queda identificada con Su sacrificio. Pablo expone que mediante el bautismo somos sepultados juntamente con Cristo en su muerte y resucitamos con Él a nueva vida (Rom. 6:3-5). Esta participación real significa que el viejo “yo” ha muerto: “el que ha muerto, ha sido justificado del pecado”, y el creyente ahora camina en novedad de vida. En 2 Corintios 5:14-15 se indica: “Cristo murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí sino para el que murió y resucitó por ellos”. Así, el poder salvador de la cruz no queda únicamente como evento histórico, sino que el creyente lo experimenta en lo profundo. Su viejo hombre es “crucificado juntamente con Él” (Ro. 6:6), de manera que el pecado deja de gobernar su vida. Al mismo tiempo, el resucitado vive en el creyente: somos “hechura suya” (Ef. 2:10), partícipes de Su Espíritu y de Su nueva vida. En la práctica, esto se traduce en un cambio radical de identidad: la Biblia declara que el cristiano es “nueva criatura”, y que lo viejo ha pasado y todo se ha hecho nuevo. Esta es una unión vital y real con Cristo que produce fruto espiritual (Gal. 2:20) y capacita para la santidad.
 

Bloque 3: Justificación Final bajo la Gracia

Pregunta 10: ¿Qué significa ser justificado por la gracia, y cómo lo expresa Pablo?

La justificación por la gracia implica que Dios declara justo al pecador solamente por Su favor inmerecido, a través de la fe en Cristo, no por obras propias.

Pablo expone claramente este principio: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Rom. 3:24). En Romanos 5:1 dice: “justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios”. Esta paz es fruto de la gracia recibida sin mérito personal. La justificación final se consuma en que Dios pone a los creyentes en la cuenta de la justicia de Cristo. Aceptamos que Jesús cumplió toda la ley en nuestro lugar, por lo cual Dios nos ve como justos. Por su obra somos “hechos justicia de Dios” (2 Cor. 5:21).

El énfasis en la gracia subraya que nada de mérito humano participa en esta declaración de justicia. Efesios 2:8-9 afirma que “por gracia sois salvos mediante la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras”. En la culminación, los creyentes comparecerán ante el tribunal de Cristo no con sus propios méritos, sino revestidos con la justicia de Cristo (2 Cor. 5:21). La gracia instituye la justificación final como un regalo perpetuo, garantizado por la obra consumada de Cristo, de manera que en el día postrero ningún contraacusador (ni la ley, ni satanás, ni la conciencia) podrá echar condena (Rom. 8:33-34).
 

Pregunta 11: ¿Cómo se distingue la nueva creación en Cristo de una simple reforma del viejo hombre?


La Biblia deja claro que la salvación es una creación radical, no una mejora gradual del viejo ser. Pablo afirma categóricamente: “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron” (2 Cor. 5:17). Es decir, Dios no intenta reciclar la vieja humanidad corrupta, sino que nos recrea desde cero. Esta nueva creación se fundamenta en la resurrección de Cristo, cabeza de un nuevo linaje humano (1 Cor. 15:45-47). Somos “engendrados de Dios” (1 Pe. 1:23) y nacidos “de lo alto” (Jn. 3:3-6), lo que implica un comienzo sobrenatural.

En la práctica, esto significa que el cristiano ya no está limitado a luchar gradualmente contra su naturaleza caída; más bien vive con recursos divinos. El “viejo yo” fue juzgado y sepultado con Cristo (Ro. 6:6), y el “nuevo yo” aparece como hijo de Dios. Las Escrituras usan imágenes de renacimiento, adopción e incorporación a un cuerpo (Ef. 5:30, Col. 3:10) para subrayar la transformación completa. Por lo tanto, la obra de la gracia trae una renovación total de la identidad: “He aquí todas son hechas nuevas”, y el creyente vive conforme al Espíritu (Ro. 8:4) en una humanidad verdaderamente libre de la culpa pasada. Esta nueva creación es la esencia de la justificación final: no somos sancionados por lo antiguo, sino revestidos con lo nuevo que Cristo ha hecho posible.
 

Pregunta 12: ¿Qué rol juega la fe en la justificación final y la gracia?


La fe es el medio mediante el cual la gracia de Dios nos aplica la justificación de Cristo.

No es un mérito humano, sino la simple confianza en el Salvador prometido. Pablo enseña que “por medio de la fe tenemos entrada a esta gracia en que estamos firmes” (Rom. 5:2). De modo que la fe es el canal que recibe la gracia justificante. En Romanos 4:25 se añade que Jesús fue “resucitado para nuestra justificación” (de modo que la fe acepta el poder de esa resurrección).

La relación entre fe y gracia es ilustrada con la metáfora del intercesor: quien cree en Cristo ya no viene al juicio. Jesús mismo afirma: “El que cree al que me envió tiene vida eterna; y no vendrá a condenación” (Jn. 5:24). Esto muestra que la fe lo cambia todo: pasamos de muerte a vida, y la gracia ya no nos es negada. En resumen, la fe es el acto del pecador que recibe con humildad el beneficio inmeritado; la justificación es el acto de gracia de Dios que, mediante la fe, nos viste con la justicia de Cristo.
 

Pregunta 13: ¿Cómo garantizan las Escrituras la ausencia de condenación para el creyente al final?


Dios mismo garantiza que el creyente en Cristo no será condenado. Pablo exclama: “¿Quién es el que condenará? Cristo Jesús es el que murió… Él mismo intercede por nosotros” (Rom. 8:34). Ningún cargador puede cargar contra los redimidos, porque el autor del juicio –Cristo– los defiende con Su sacrificio. Jesús también promete en Juan 5:24 que el creyente “no vendrá a condenación” sino que “ha pasado de muerte a vida”.

Además, las Escrituras ofrecen visiones escatológicas de un pueblo sin condena. Apocalipsis 20:6 habla de una «primera resurrección» libre del poder de la segunda muerte, aunque ese texto se refiere al futuro glorioso, da entendimiento de que quienes están resucitados con Cristo ya no sufrirán el juicio postrero. Pablo insiste en que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1). En la teología de sustitución real, esto significa que la sentencia sobre el viejo hombre (la condena) fue ejecutada en Cristo, y la sentencia sobre el nuevo hombre es la justicia de Cristo. El resultado final es que quien está en Cristo posee irrevocablemente la vida eterna y la salvación completa, sin sombra de culpa o condena futura, porque la justicia de Dios está plenamente satisfecha.
 

Pregunta 14: ¿Qué implicaciones prácticas tiene la justificación final en la vida del creyente?


La justificación final bajo gracia trae paz con Dios (Rom. 5:1) y seguridad de salvación. Porque la gracia no depende de fluctuaciones humanas, el creyente vive confiado en la fidelidad de Dios. Esto produce fruto de gratitud: ya que “Cristo padeció por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”, la respuesta natural es vivir para Aquel que murió y resucitó por nosotros (2 Cor. 5:15). Pablo enseña que el que ha muerto al pecado no debe reintegrarse a él (Rom. 6:2), sino caminar en novedad de vida.

Además, la nueva creación implica una constante lucha espiritual: aunque el poder del pecado fue roto en la cruz, la vieja naturaleza aún resiste (Ro. 7; Gal. 5:17). Por ello, las Escrituras exhortan al cristiano a mortificar la carne viviendo en el Espíritu (Rom. 8:13; Gal. 5:16). Sin embargo, esta lucha no es en vano, pues la gracia también capacita para el cambio. El creyente santificado ve el amor de Dios (Ro. 5:5) y afronta tentaciones con la fuerza del Espíritu. En última instancia, la esperanza en la resurrección y la justificación asegura que la transformación será completa: “nosotros veremos Su semblante… seremos semejantes a Él” (1 Jn. 3:2). De este modo, la justicia de Cristo instituida en el creyente garantiza no sólo la posición futura, sino la formación actual de la imagen de Cristo, hasta el día en que “todas las cosas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).


Fuentes: La Biblia (66 libros del canon protestante), entre otros.
 
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