Dios había declarado en Génesis 2:17: "el día que de él comieres, ciertamente morirás". Sin embargo, al leer el relato bíblico, vemos que Adán no cae muerto físicamente en el momento de pecar. ¿Mintió Dios? ¿Fue la amenaza simbólica? Nada de eso. Lo que ocurre es que Dios, por causa de la esperanza futura, decide suspender la ejecución inmediata de la sentencia sin revocarla.
Desde la perspectiva legal, Adán quedó sentenciado en ese mismo instante. Murió en su relación con Dios, quedó separado de la fuente de la vida, y su cuerpo comenzó a corromperse. Pero Dios no lo destruyó en ese momento porque ya tenía previsto un camino de redención. El Verbo, el futuro Sustituto, estaba contemplado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20).
Si Dios hubiera destruido inmediatamente a Adán, también habría acabado con toda posibilidad de descendencia. Y sin descendencia, no habría humanidad que redimir. Por eso, en Génesis 3:15, inmediatamente después del juicio, Dios anuncia la esperanza: la simiente de la mujer que herirá la cabeza de la serpiente. Esta promesa es la razón por la cual Dios tolera la existencia de una humanidad caída, aún sabiendo que la corrupción se transmitirá a sus hijos. Él soporta esta corrupción, no porque la apruebe, sino porque su plan redentor está en marcha.
Adán no muere al pie del árbol porque Dios no quiso acabar con la humanidad, sino sostenerla hasta que pudiera levantar un segundo hombre: uno sin pecado, nacido no de voluntad humana, sino de Dios. Este hombre, Jesucristo, cumpliría toda justicia, pagaría la deuda de muerte y abriría la puerta a la nueva creación.
En resumen, Adán no fue destruido inmediatamente porque la paciencia de Dios se activó en función de la esperanza. Dios suspendió la ejecución de la pena sin anularla, y en su soberanía, preparó la llegada de un sustituto perfecto que moriría en lugar del hombre, para que el hombre, muriendo en Él, pudiera volver a vivir.
Desde la perspectiva legal, Adán quedó sentenciado en ese mismo instante. Murió en su relación con Dios, quedó separado de la fuente de la vida, y su cuerpo comenzó a corromperse. Pero Dios no lo destruyó en ese momento porque ya tenía previsto un camino de redención. El Verbo, el futuro Sustituto, estaba contemplado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20).
Si Dios hubiera destruido inmediatamente a Adán, también habría acabado con toda posibilidad de descendencia. Y sin descendencia, no habría humanidad que redimir. Por eso, en Génesis 3:15, inmediatamente después del juicio, Dios anuncia la esperanza: la simiente de la mujer que herirá la cabeza de la serpiente. Esta promesa es la razón por la cual Dios tolera la existencia de una humanidad caída, aún sabiendo que la corrupción se transmitirá a sus hijos. Él soporta esta corrupción, no porque la apruebe, sino porque su plan redentor está en marcha.
Adán no muere al pie del árbol porque Dios no quiso acabar con la humanidad, sino sostenerla hasta que pudiera levantar un segundo hombre: uno sin pecado, nacido no de voluntad humana, sino de Dios. Este hombre, Jesucristo, cumpliría toda justicia, pagaría la deuda de muerte y abriría la puerta a la nueva creación.
En resumen, Adán no fue destruido inmediatamente porque la paciencia de Dios se activó en función de la esperanza. Dios suspendió la ejecución de la pena sin anularla, y en su soberanía, preparó la llegada de un sustituto perfecto que moriría en lugar del hombre, para que el hombre, muriendo en Él, pudiera volver a vivir.
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