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Mateo 1: La Genealogía de la promesa y el golpe de genio divino

No es ninguna casualidad que el Espíritu Santo, al ordenar el canon del Nuevo Testamento, ponga a Mateo como la puerta de entrada. Y en la primera página, en el primer capítulo, deja caer un ancla teológica que conecta al Hombre del cielo, al Verbo hecho carne, con la historia de Israel. Pero lo hace con la precisión de un cirujano, para que los que tienen ojos para ver, vean.

Lo que Mateo nos presenta no es la genealogía genética de Jesús, sino la genealogía genética y real de José.
Es el árbol genealógico del heredero del trono, y sigue la sangre de David con una estructura deliberada (14-14-14) hasta llegar a la última estación posible: José.

Y entonces, en el versículo clave, Mateo 1:16, el autor mete un frenazo en seco que debería hacer saltar todas las alarmas de cualquier lector atento:

“Y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo.”

¡Se acabó el "engendró"!

La cadena de ADN que venía eslabón por eslabón ("Abraham engendró a Isaac...", "Isaac engendró a Jacob...") se corta de forma deliberada y explícita.

Mateo no se equivoca, al contrario, está gritando la verdad: José no engendró a Jesús.
La línea de sangre se detiene justo en la puerta.

¿Por qué? Porque este no es un error, es una obra de ingeniería divina. La promesa hecha a David era que un descendiente suyo se sentaría en su trono (2 Samuel 7:12-14). Dios necesitaba un Rey del linaje de David, pero no podía usar la sangre de esa línea porque estaba contaminada por el pecado de Adán.

¿La solución?
Un heredero legal, no genético.
Un hijo por adopción pactual, no por concepción carnal.

El momento en que José, por orden divina, acepta a Jesús y "le puso por nombre JESÚS" (Mateo 1:25) es el acto jurídico que lo sella todo. En ese instante, José lo adopta legalmente y le transfiere todos los derechos de primogenitura y realeza que él mismo portaba. Jesús se convierte en el "Hijo de David" por derecho, no por sangre.

Por lo tanto, la genealogía de Mateo no es un "problema" para los eruditos, sino un golpe de genio teológico inspirado. Demuele cualquier idea de que Jesús es un simple hombre que hereda la naturaleza caída. Establece, desde la primera página del Nuevo Testamento, que Jesús cumple las promesas mesiánicas de Israel sin heredar la corrupción de sus antepasados.

Él no es carne de la carne de David, pero es, sin lugar a dudas, el Hijo de la Promesa, el Rey legítimo.
Quienes se traban en esto, lo hacen por "carnales", por pensar con la lógica del ADN y no con la lógica del Pacto de Dios.
 
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