El judío idolatraba su genética, su pertenencia a Abraham.
Pero Dios iba a crear un pueblo de judíos y gentiles. Para eso, el criterio de pertenencia tenía que cambiar. Tenía que ser espiritual. Por eso se habla de "morir a Adán" y "nacer de nuevo" en Cristo. Y Juan 1:13 lo destroza todo: los hijos de Dios "no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios". Somos hijos por promesa y nuevo nacimiento espiritual, igual que Cristo es Hijo por promesa y nacimiento único.
Esto es clave: el verdadero linaje no es por sangre, sino por fe.
Pablo lo enseña claramente:
“…no son los hijos según la carne los hijos de Dios, sino los hijos de la promesa son contados como descendientes.” (Romanos 9:8)
Ahora bien, si el verdadero Israel se define por la promesa y no por la carne, ¿por qué Jesús debería recibir su humanidad genéticamente?
Eso lo insertaría dentro de la carne adámica que justamente vino a reemplazar.
Al contrario: Él inaugura una humanidad no contaminada, y engendra una nueva descendencia no por vientre femenino, sino por el Espíritu (cf. Juan 3:6).
Por eso, sus hijos nacerán de una simiente santa, “no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13).
Pero Dios iba a crear un pueblo de judíos y gentiles. Para eso, el criterio de pertenencia tenía que cambiar. Tenía que ser espiritual. Por eso se habla de "morir a Adán" y "nacer de nuevo" en Cristo. Y Juan 1:13 lo destroza todo: los hijos de Dios "no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios". Somos hijos por promesa y nuevo nacimiento espiritual, igual que Cristo es Hijo por promesa y nacimiento único.
Dios anula el orgullo genético: la promesa no se hereda por sangre
El evangelio choca con el orgullo racial o genealógico. Los judíos del tiempo de Jesús se jactaban de ser “hijos de Abraham” (Juan 8:39), y Jesús los confrontó: “Si fueses hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais… Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8:39-44).Esto es clave: el verdadero linaje no es por sangre, sino por fe.
Pablo lo enseña claramente:
“…no son los hijos según la carne los hijos de Dios, sino los hijos de la promesa son contados como descendientes.” (Romanos 9:8)
Ahora bien, si el verdadero Israel se define por la promesa y no por la carne, ¿por qué Jesús debería recibir su humanidad genéticamente?
Eso lo insertaría dentro de la carne adámica que justamente vino a reemplazar.
Al contrario: Él inaugura una humanidad no contaminada, y engendra una nueva descendencia no por vientre femenino, sino por el Espíritu (cf. Juan 3:6).
Por eso, sus hijos nacerán de una simiente santa, “no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13).